Iglesia y Estado en Rusia

La visita de catedrales y monasterios en la vasta extensión del territorio ruso es uno de los atractivos turísticos más frecuentados por los viajeros. Desde Irkutsk hasta San Petersburgo, los circuitos de las agencias de viajes especializadas incluyen templos de todo tipo: desde el llamado “Vaticano ortodoxo”, complejo de templos, escuelas y catedrales situado en las afueras de Moscú, hasta las inimitables iglesias construidas en madera, propias de las poblaciones siberianas.

El renacer religioso es evidente en todo el país y no solo llama la atención del visitante sino que suscita también entre los rusos algunos interrogantes. Obispos ortodoxos participan visiblemente en algunas ceremonias oficiales del Estado, y éste coopera con la Iglesia en numerosas ocasiones. Dos son las cuestiones que más se comentan al respecto: ¿qué influencia ejerce la Iglesia ortodoxa sobre el poder político? ¿cuáles son las fuentes de financiación de las actividades religiosas?

Pavel Chachkin es el secretario de economía y ética del Patriarcado de Moscú. Al ser interrogado sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado declaró: “Es cierto que el Estado ayuda a la Iglesia. Pero he de matizar dos cosas: nosotros pensamos que no ayuda lo bastante; por otro lado, no tenemos recursos propios, ya que no somos una organización comercial, a diferencia de la Iglesia católica romana que incluso posee un Estado”. Añadió que no es criticable el “financiamiento indirecto” de la Iglesia a cargo de algunas grandes empresas -como Gasprom o Lukoil- que patrocinan actividades culturales, formativas o sociales de la Iglesia: “No lo encuentro escandaloso, aunque se trate de empresas participadas por el Estado”.

Los investigadores independientes tienen otros puntos de vista. Nikolai Mitrojin, del Centro de Estudios de Europa del Este de la Universidad de Bremen, muestra cómo la Iglesia apoya lealmente al Estado a cambio de que éste la ayude económicamente. La lealtad eclesial consiste en respaldar al Gobierno en situaciones de crisis, como ocurrió en noviembre de 2011, cuando el patriarca de Moscú acudió a visitar al presidente sirio en plena tempestad diplomática internacional contra el régimen de Bagdad. Según Chachkin, no se trata de un cheque en blanco, pues durante el conflicto con Georgia en el año 2008 la Iglesia rusa mostró su desacuerdo y apoyó sin reservas al patriarca georgiano.

La Iglesia rusa no es solo sostenida por las grandes empresas a sugerencia del Estado (que utiliza este procedimiento para poder suspender la ayuda sin dar explicaciones), como ha revelado Mitrojin. Unas campanas regaladas a un templo próximo a Moscú en 1995 llevaban la inscripción: “Donación de los hermanos de Solntsevo”. Esto no sería extraño si los citados hermanos no hubieran sido los componentes de una organización criminal mafiosa, que también financió la construcción de dos iglesias. En la misa del domingo, el jefe de la banda acostumbraba a dar la bienvenida a los fieles en el atrio de la iglesia, al más puro estilo de “El Padrino”.

El Estado ruso reconoce oficialmente cuatro religiones: cristianismo, islamismo, judaísmo y budismo, a las que en teoría debería ayudar imparcialmente. Para evitarse problemas, la financiación de la Iglesia ortodoxa rusa recae en las empresas principales a las que se sugieren ciertas donaciones por las autoridades de los diversos niveles administrativos. Siendo idea arraigada en el alma rusa la necesidad de estar siempre a buenas con todo tipo de poder, es un procedimiento de fácil aplicación, aunque implica la posibilidad de todo género de corrupciones cuando el Estado devuelve el favor a la empresa. Musulmanes y budistas reciben especial atención en los territorios donde constituyen una parte importante de la población, como en Chechenia o Kalmukia respectivamente. El judaísmo se financia con patrocinadores, como el conocido millonario Roman Abramovich, y el Vaticano sostiene económicamente a la exigua minoría de sus fieles.

Mitrojin expone que, a nivel local, la venta de cirios (muy popular en los templos rusos) proporciona un 70% de los ingresos de cada templo, que se completan con lo percibido por bodas (unos 80€) y bautizos (40€). Pero la estructura de la Iglesia ortodoxa hace que cada templo o monasterio tenga plena autonomía económica, con lo que la diferencia entre las parroquias moscovitas o petersburguesas y las rurales o campesinas es muy acusada. Muchas de éstas buscan el apoyo de alguna empresa o de los políticos locales, pero como carecen de la influencia de los grandes patriarcados, apenas logran sobrevivir en condiciones miserables. No se puede exigir la imposición de un sistema de caja común, que beneficiaría a los más pobres, puesto que, a diferencia del catolicismo romano, ningún patriarca ejerce autoridad sobre los demás.

En la inestable situación de la política interna rusa, el intercambio de favores entre Iglesia y Estado está todavía en fase de evolución. Pero, a diferencia de España -donde ni la derecha ni la izquierda han sabido trazar la línea de separación entre ambos poderes- y más en la línea tradicional francesa, una Iglesia que se vio revolucionariamente expulsada del núcleo del poder estatal no parece empeñada en regresar a él y se conforma con un equilibrio que facilite su supervivencia, sin imponer por la fuerza sus opiniones a la población ni a los gobernantes.