El vector fascista en la conspiración contra la República (2/20): La versión militar ante los XXV “años de paz”

Las conmemoraciones que puso en marcha el entonces ministro de (Des)información y Turismo, profesor Manuel Fraga Iribarne (para los lectores jóvenes: fue el encargado de presentar la imagen “amable” del régimen, incluida la revisión no demasiado sustancial de la política de censura de guerra que duraba desde 1936, y posterior fundador de Alianza Popular, hoy PP).

A pesar de su cobertura técnica (los dos artículos de la Revista de Historia Militar versaron sobre el esfuerzo de guerra en ambas zonas durante la también denominada “Cruzada”) no suelen mencionarse en las obras profranquistas. No sé muy bien por qué. Las ignora, por ejemplo, el general Dávila Álvarez. También lo hace una supuesta historia total de la guerra civil publicada hace pocos meses y en la que se pone el énfasis en los aspectos militares y económicos (con exclusión de casi todos los factores internacionales, como si no hubieran tenido la menor importancia).

Los artículos de 1964 son, sin embargo, muy relevantes porque los autores gozaban del monopolio de acceso a las fuentes documentales. Aquí interesan los factores que, para ellos, explicaban el sentido y finalidades de la guerra civil. Es decir, el meollo de la cuestión. Los probos historiadores militares diferenciaron los casos.

En el republicano señalaron que no había gobierno desde las elecciones de febrero de 1936 y que las últimas apariencias legales se habían pulverizado; que los frentepopulistas estaban enterados de los propósitos de los nacionales y habían tomado las medidas oportunas para que abortasen en las grandes capitales, sin preocuparse demasiado de lo que pudiera ocurrir en las pequeñas (en esto, y no por casualidad como veremos ulteriormente, dieron en el clavo); los “rojos” contaban con las milicias socialistas, comunistas y anarcosindicalistas. Todas ellas adiestradas desde hacía tiempo en los métodos revolucionarios de lucha y sus efectivos totales ascendían a varios centenares de miles de combatientes (atención: siempre es bueno inflar las posibilidades del enemigo según la máxima mussoliniana del “molti nemici, molto honore”).

Los historiadores de uniforme no se arredraron ante nada. Tenían bien cubiertas sus espaldas. Así que, a exagerar: la ayuda exterior fue inmediata a favor de los “rojos”, primero desde París y, casi sin solución de continuidad, desde Moscú. Armas procedentes de México, Bélgica, Checoslovaquia y la URSS siguieron poco después (NB: sobre tan debatido tema hoy se dispone de la monografía de Miguel I. Campos, Armas para la República (Crítica, Barcelona, 2022), pero ya antes Gerald Howson había puesto los puntos sobre las íes en Armas para España (Península, Barcelona, 2000). Ni que decir tiene que impugnadas por destacados historiadores militares franquistas.

Además, los “rojos” contaban con la simpatía de los restantes países que se titulaban democráticos, mal informados de lo que ocurría en España (NB: quienes estaban mal informados eran los historiadores militares franquistas. Los diplomáticos sublevados no lo estuvieron en general).

La sovietización: Moscú intervino decisivamente en la política y la guerra, usando como arma coactiva principal la amenaza de suspender los constantes y copiosos (sic) envíos de material y la participación de los internacionales. La misión militar soviética decidió las principales operaciones. El comercio y la economía quedaron supeditados a los intereses soviéticos. La Comintern dirigió el cotarro. Moscú contaba para sus manejos con la riqueza de España, en particular las reservas de oro.

Los comunistas triunfaron al imponer la defenestración de Largo Caballero y “situar” de presidente del gobierno al doctor Negrín, “socialista totalmente afecto al comunismo”. Prieto no era un enemigo de altura y en su momento podía prescindirse de él. Etc, etc. (NB: los más listos incluso se apoyaron en una parodia del conocido libro de Bolloten, autorizada por el ministro Fraga Iribarne)

En 1964 solo cuatro autores, extranjeros por más señas, habían osado poner en duda las afirmaciones grandes y pequeñas sobre las verdades eternas del régimen

¿Y en el lado “nacional”? Todo lo contrario. A saber:

Las represiones resultaron mínimas (sic); el general Franco tenía extraordinarias dotes de mando que le constituyeron tácitamente en jefe supremo del Alzamiento; la ayuda recibida fue posterior a la prestada a los “rojos” y consistió en un principio solo en el envío de algunos (sic) aviones, para compensar los suministrados al adversario; la descarada intervención de las BBII obligó (sic) a solicitar una ayuda más cuantiosa a las potencias totalitarias, interesadas en que nuestra Patria no se convirtiera en una sucursal de la URSS; los primeros combatientes italianos que prestaron “algún” apoyo no llegaron hasta finales de septiembre (sic) de 1936. La Cóndor, que arribó en noviembre, la componían pilotos y mecánicos, artilleros antiaéreos y especialistas diversos, nunca infantes. Pero en aquella época ya eran muchos miles (sic) los extranjeros combatientes a favor de la causa roja; las compras al extranjero fueron minúsculas; la ayuda exterior no alcanzó el volumen de la que obtuvieron los adversarios y no fue pagada, como hicieron estos, con una total sumisión a las consignas de fuera.

En definitiva, una sarta de mentiras de corte estalinista o, mejor dicho, goebbelsiano. Sentaron cátedra y marcaron la dirección por dónde las cosas debían ir. El mensaje no quedó olvidado para los historiadores que, dentro del SHM o fuera de él, recibieron un mensaje inequívoco de lo que podía contarse a partir de los XXV años de paz.

También hay que decir que para los historiadores militares españoles todo el monte era orégano. En 1964 solo cuatro autores, extranjeros por más señas, habían osado poner en duda las afirmaciones grandes y pequeñas sobre las verdades eternas del régimen. Uno fue un joven historiador, entonces laborista y totalmente desconocido, llamado Hugh Thomas. Basándose en una amplia literatura secundaria (mucha de la cual no se conocía en España fuera de los círculos oficiales interesados), alguna evidencia documental de origen nazi (dada a conocer desde finales de los años cuarenta en inglés y a principios de los cincuenta en alemán —más tarde en versión recortada y abreviada en francés, que es la que se utilizó en el SHM)— abordó una obra de síntesis que se publicó en el extranjero y, en castellano, por Ruedo Ibérico en París. Le siguió una interpretación netamente poumista o trotskista, según se prefiera, de dos historiadores franceses, Pierre Broué y Émile Témime. Se publicó en castellano en México. Finalmente, un historiador norteamericano y que durante la guerra civil había trabajado al servicio de la embajada republicana en Washington, Herbert R. Southworth, publicó, también en París en Ruedo Ibérico, El mito de la Cruzada de Franco. En mi modesta opinión, el libro más duro jamás escrito contra las estupideces que seguían publicándose en España.

La respuesta del régimen, fuera de la Revista de Historia Militar, no fue de altura, pero Fraga Iribarne, catedrático hiperamnésico de universidad al fin al cabo, no tardó en encontrar la persona que se necesitaba. Un jesuita que ya no lo era, que había ganado las oposiciones de Técnicos de Información y Turismo, que había dedicado con líneas babeantes su primer libro sobre política de turismo al genio de los genios hispanos, el general Francisco Franco. El hombre necesario. De la Cierva continuó alabando la luz suprema del régimen y no tardó en convertirse en la respuesta unipersonal del mismo a las asechanzas que los malvados historiadores extranjeros estaban montando contra la dictadura. Al año siguiente apareció, para colmo, la obra de Gabriel Jackson La República y la guerra civil, desde una perspectiva más favorable a la primera.

No crean, pues, los lectores que la dictadura no estaba dispuesta a dar la “batalla por la historia”. Lo hizo de dos maneras. En primer lugar, “actualizando” conocimientos de índole militar y político-militar. En segundo lugar, volviendo a los orígenes. Para esto el SHM estaba particularmente bien cualificado. Hemos, pues, de dedicarle nuestra atención en la próxima entrega.

(ContinuaráVer aquí capítulo anterior).

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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo. Su última obra publicada es ‘Oro, guerra, diplomacia. La República española en los tiempos de Stalin’, Crítica, Barcelona, 2023.

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