El laberinto sirio

Siempre que por paz se entienda la suspensión definitiva del previsto ataque de EE.UU. contra Siria, y que no se tenga en cuenta la guerra civil en la que está sumido el Gobierno de Damasco, el “desliz” al que anteayer certeramente aludía Javaloyes en estas páginas digitales (causado por una intervención pública del Secretario de Estado norteamericano que ha obligado a Obama a modificar su discurso sobre la cuestión siria) puede muy bien “valer la paz”, como se anunciaba en el título del comentario.

Es obligado formular dos preguntas en relación con este asunto. La primera se refiere a la naturaleza del desliz: ¿En verdad Kerry habló “retóricamente” cuando dijo que, para que EE.UU. cancelase su plan de ataque, Damasco debería entregar todas las armas químicas en un breve plazo? Él mismo intentó quitar hierro al asunto, añadiendo que El Asad “no lo quiere hacer y no se puede hacer”. Sin embargo, la habilidad diplomática del ministro ruso Lávrov, al aferrarse al discurso literal de Kerry para encontrar una salida a la crisis, ha dejado a Rusia en una valiosa posición de iniciativa política que no está dispuesta a abandonar.

¿Actuó Kerry irreflexivamente o sus palabras estaban medidas y tenían por objeto ayudar a Obama a encontrar una salida que no fuera militar al embrollo que él mismo había creado? No tardaremos en saberlo, pero la duda es obligada y en sintonía con el desconcierto que se aprecia en la toma de decisiones de la Casa Blanca. En uno u otro caso, la rentabilidad política y electoral para Obama y el partido demócrata sería muy distinta, cuestión que preocupa al presidente tanto o más que las armas químicas sirias.

La segunda pregunta gira en torno a las posibilidades reales del plan ruso, que esencialmente consiste en que el régimen de Damasco ponga bajo control internacional todo su arsenal químico para destruirlo después. Son bastantes los obstáculos que deberá superar el citado plan.

Veamos algunos. El Asad tendría que empezar reconociendo que dispone de armas químicas, cosa que todavía no ha hecho explícitamente. Admitido el hecho, el Gobierno de Damasco debería entregar a Naciones Unidas un listado de lugares de almacenamiento, tipo y cantidad de armas, así como de las instalaciones industriales para su fabricación y las de almacenamiento de materias primas.

Preparada la lista, sería obligado preguntarse si respondía a la realidad, si no existirían armas no declaradas, conservadas en lugares secretos o en cantidades falseadas. Las discusiones al respecto podrían alargarse mucho tiempo. Un enredo parecido se produjo en Irak durante la época de Sadam Hussein, cuando las numerosas inspecciones de la ONU para hallar las controvertidas armas de destrucción masiva dejaron abierta una duda de la que Bush se aprovechó para engañar a sus aliados (Blair y Aznar) y forzar la invasión del país en 2003.

Todo esto sería ineficaz sin el concurso del Consejo de Seguridad (CS) de la ONU, aunque éste lleva mucho tiempo buscando sin éxito fórmulas de resolución del conflicto sirio. Aunque ahora Rusia no se opondría, y todavía habría que convencer a China, el Secretario General ha sugerido proponer al CS que vote una resolución para exigir a Siria el traslado de sus armas químicas a unos lugares determinados donde éstas serían concentradas y destruidas.

También sería motivo de discusión la fórmula utilizada en la resolución, pues Francia ha insistido en que debería contener muy serias y concretas amenazas para el Gobierno sirio si éste incumple lo exigido. No todos los miembros del CS están de acuerdo en las amenazas a formular.

Pero el asunto no termina ahí. Si se salvan los anteriores obstáculos ¿cómo podría llevarse a cabo ese plan en un país sumido en una guerra civil? Fragmentado y desarticulado en zonas donde dominan distintos grupos políticos y étnicos ¿quiénes se responsabilizarían de la seguridad de los inspectores de la ONU? ¿Entre qué bandos o facciones habría que concertar los necesarios paréntesis de alto el fuego que permitieran a los inspectores desempeñar su trabajo?

Por otro lado, es también legítimo sospechar que el plan es una operación conjunta de Rusia y el Gobierno de Damasco para ganar tiempo y esperar a que se enfríe la situación, alejando el fantasma de los bombardeos masivos. Pero las dudas no acaban aquí: ¿y si las armas químicas fueron utilizadas por alguna de las facciones rebeldes, con el propósito de implicar a EE.UU. en la guerra civil? No es una opción desdeñable; podría ser, incluso, la hipótesis más probable, pues pasado el tiempo se desvanece la posibilidad de hallar pruebas irrefutables de ello.

Una opinión pública que sabe del Maine, del incidente del Golfo de Tonkín, del hundimiento del Rainbow Warrior en Nueva Zelanda, de la presentación por Colin Powell ante el CS de la ONU de las “irrefutables pruebas” de las armas de destrucción masiva de Sadam Hussein y de otros casos similares ¿por qué ha de creer ciegamente lo que le cuentan sus responsables políticos y militares? La desconfianza es la principal defensa de los ciudadanos cuando suenan tambores de guerra y la verdad se convierte en su primera víctima. ¡Hasta el papa Francisco ha expresado sus dudas sobre este asunto!