Los recientes intentos multitudinarios de entrada forzada de inmigrantes en Melilla, junto con la vieja polémica sobre el uso de distintos tipos de alambradas, han vuelto a poner en tela de juicio la idea fundamental del sistema fronterizo: el acero de las alambradas y la acción policial disuadirán —se dice— a los inmigrantes que intentan penetrar ilegalmente en territorio español. Merece la pena dedicar atención al asunto.
El concepto de disuasión sirvió para asentar la Guerra Fría a mediados del siglo pasado, cuando se trasladó al campo nuclear: la «disuasión nuclear». Una acumulación creciente de armas de destrucción masiva que, según algunos, garantizó la paz internacional. Otros han sostenido la idea de que los principales beneficios de la disuasión fueron a recaer en las grandes corporaciones del armamento, a cambio de destruir las estructuras sociales de la paz y de generar un trasfondo de miedo que contribuyó a deteriorar los fundamentos de la democracia.
De cualquier modo, aquella disuasión poco tiene que ver con lo que se aduce respecto a la frontera melillense. Esto es así porque la disuasión nuclear fue (y sigue siendo) «activa», es decir, depende de la voluntad de los gobernantes para amenazar con sus armas y crear situaciones favorables, según su modo de entender las relaciones internacionales. No ocurre lo mismo con las defensas fronterizas aquí discutidas, que constituyen una disuasión «pasiva»: una vez instaladas, su acción solo se hace sangrienta cuando «son atacadas» por los que van a sufrir sus efectos. Este es el núcleo del asunto al que me refiero.
Cierta racionalidad presente en los gobernantes de los dos bandos enfrentados durante la Guerra Fría hizo que no surgieran los hongos nucleares a los que abocaba forzosamente cualquier fallo en la disuasión. La comparación entre las ventajas y los inconvenientes que traería consigo el recurso a lo nuclear no paralizó la carrera de armamentos pero sí bloqueó los botones de FUEGO de los lanzadores de misiles y «lo impensable» no llegó a producirse.
Se cree que las defensas fronterizas disuadirán a los inmigrantes (y aquí entra el tercer término del título de este comentario). Las alambradas pueden causar heridas e incluso la muerte por desangramiento, como ya ha ocurrido en algún caso. Pero esa disuasión pasiva, esa amenaza de sangre, dolor y padecimiento, tendría que ser superior a la denodada voluntad de los inmigrantes para completar su penoso recorrido, cuando solo les quedan unos metros para alcanzar la meta.
Ellos están al final de una larga odisea que comenzó semanas, meses o años antes y que consumió los escasos recursos de una familia, allá en África o Asia, que todo lo espera de su éxito; la creciente ansia de los que cada vez ven más próximo el final de su sufrimiento es lo que da al traste con la teoría de la disuasión: carece de valor frente a la desesperación que les lleva a saltar la valla y a agredir a las fuerzas policiales.
Los inmigrantes que periódicamente asaltan con desesperación la muralla que les separa de ese mundo en el que pretenden rehacer sus vidas son inmunes a esa teoría de la disuasión que exige reforzar el muro europeo, incluyendo el segmento español en África
Incluso durante la era de la disuasión nuclear, las pocas veces que ésta estuvo a punto de fracasar lo fue por algún ramalazo de desesperación política o militar, cuando los obstáculos, las sospechas o las desconfianzas hacían temer a los gobernantes que pisaban terrenos resbaladizos donde no se sentían seguros y perdían el control de su poder. Recuérdese que el primer incidente político serio de esta naturaleza se produjo con motivo de la Guerra de Corea, cuando en marzo de 1951 el general MacArthur pretendió poner fin definitivo a un conflicto cuyo desenlace no se veía claro, atacando a China con armas nucleares por su participación en el conflicto. El presidente Truman lo destituyó, levantando una gran controversia política en EE.UU.
Los inmigrantes que periódicamente asaltan con desesperación la muralla que les separa de ese mundo en el que pretenden rehacer sus vidas son inmunes a esa teoría de la disuasión que exige reforzar el muro europeo, incluyendo el segmento español en África. El error fundamental de la polémica no se halla tanto en los medios alambradas, perímetros defensivos y demás) como en la finalidad buscada. Solo por esta vez (y sin que sirva de precedente) suscribo lo que hace algún tiempo declaró un portavoz de los obispos españoles: «No se puede atentar contra la vida de unas personas desvalidas que buscan mejorar su vida… El inmigrante no es un peligro, es alguien que aporta riqueza a la construcción social del país».
La cuestión solo podrá resolverse atacando a las causas que inducen a esa desesperación ciega que mueve a las personas y a las muchedumbres angustiadas y las hace inmunes a cualquier medio de disuasión.
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Alberto Piris es general de Artillería en la reserva y diplomado de Estado Mayor
Alberto Piris es General de Artillería en la reserva