Discurso pronunciado por el general del Aire y último Jefe de Estado Mayor de la Defensa, Julio Rodríguez Fernández, en el acto en el que fue galardonado con el Premio Bernardo Vidal a los Valores Constitucionales y las Fuerzas Armadas, celebrado en Madrid el 13 de febrero de 2013.
Muchas gracias, embajador, por tus cariñosas palabras.. Sé que por ahí tengo que empezar, expresando mi agradecimiento, pero no sé muy bien por donde tengo que seguir. Sabía que tenía que decir unas palabras, que las tenía que preparar, y lo he hecho, pero también estaba seguro de que no iba a ser fácil adecuarlas a lo que este escenario y a lo que este premio significa para mi.
Recibir el Premio Bernardo Vidal a los Valores Constitucionales y las Fuerzas Armadas es un honor que debo agradecer en primer lugar al Foro Milicia y Democracia por la creación de este Premio, a la Comisión Asesora del Foro por el bendito error que ha cometido al seleccionarme, a doña María Angela Thomas Andreu por su gentileza al entregármelo, al escultor José Miguel Utande por su preciosa obra, y a todos los que habéis tenido la gentileza de acompañarnos en este sencillo acto.
Es un honor y es un orgullo porque me parece tremendamente acertado hablar como dice el premio de valores constitucionales y Fuerzas Armadas. Siempre por este orden, siempre por delante los valores constitucionales.
Ahora parece todo muy sencillo. Pero hace relativamente poco tiempo, relativamente poco para la historia democrática de un país, en diciembre de 1979, cuando la carta Magna había cumplido su primer año, nadie celebró ni oficial ni extraoficialmente ese primer aniversario. Tan solo un pequeño grupo de oficiales convocado por el comandante Vidal, lo hizo.
Y aún más, en los primeros años 80 todavía eran noticia las cenas de militares para celebrar los aniversarios de la constitución. Noticias que resaltaban, al día siguiente, los periódicos con fotos de los asistentes. Ir a esas cenas para celebrar, no lo olvidemos, la legalidad constitucional, le costó disgustos a más de uno que no hizo caso de los “avisos” que los mandos les enviaban en el sentido de la “inconveniencia” de asistir a esos actos.
Hoy estamos ante unas Fuerzas Armadas distintas. Distintas a las de esas fechas y distintas también a las de hace tan solo 10-15 años. Ahora la sociedad no teme a sus Fuerzas Armadas. Ahora las respeta y las reconoce. Y lo demuestra el hecho de que se mantengan en el grupo de cabeza de las instituciones y grupos sociales que fueron recientemente sujetos de una encuesta de evaluación. Esa valoración daba idea de que los ciudadanos perciben a las Fuerzas Armadas dentro de las profesiones altruistas que tienen más que ver con la cooperación internacional que con el uso de la fuerza, o la imagen bélica o de poder, que tuvieron en esos años.
Y eso es así, porque la sociedad también ha cambiado. En este mundo globalizado ya no hay nada completamente aislado y no todo puede defenderse de forma autónoma. Todo se ha hecho doméstico. Las cosas que antes nos protegían (la distancia, la intervención del Estado, los procedimientos clásicos de defensa) se han debilitado por distintas razones y ahora apenas nos proporcionan protección suficiente.
Vivimos tiempos realmente complicados. Estamos en plena crisis social, económica y política. Nos sentimos desbordados por los acontecimientos, dentro de un espacio turbulento, con un torbellino de declaraciones que parecen cargadas de razón y desaparecen de un día para otro. Ruido, mucho ruido, y pocas referencias a las que agarrarnos.
Estamos, es evidente, en plena transformación social y la sociedad solo puede transformarse y avanzar en la medida en que sea capaz de activar y alinear sus compromisos. Hay muchos tipos de compromisos pero hay que buscar el punto de apoyo en alguno de ellos, y si uno tuviera que elegir, se quedaría con el liderazgo, con el liderazgo político y social. Un liderazgo que sea capaz de activar la cooperación a todos los niveles que permita transformar los valores y que todo ello se haga a tiempo.
Y esos mismos compromisos, como es lógico, pueden trasladarse a las Fuerzas Armadas. En estos tiempos, ahora, tenemos que evitar la tentación de producir esferas de seguridad herméticas. La estanqueidad absoluta es imposible y exige además una energía considerable.
Muchas de nuestras estrategias actuales de defensa son literalmente ineficaces. En la época del calentamiento climático, las bombas inteligentes, los ataques cibernéticos y las epidemias globales, nuestras sociedades deben ser protegidas con estrategias más complejas y sutiles. No podemos seguir con procedimientos que parecen ignorar el entorno de interdependencia.
En definitiva, que no podemos regodearnos con lo conseguido. Que hay que estar, como siempre, atentos y evolucionando. Y esto vale para todo y para todos. Borges lo decía, refiriéndose a la literatura, pero podemos aplicarlo también en otros aspectos, la idea de texto definitivo corresponde a la religión o el cansancio.
Si las ideas, las estrategias, no se someten a continua discusión proliferan las patologías y las reacciones viscerales.
Las opiniones que no se anclan en las buenas razones, en el convencimiento, en los valores constitucionales, se tienen que amarrar al prejuicio, y detrás de éste, aparece inexorablemente, la intolerancia.
Por eso es importante, como decía antes, que las Fuerzas Armadas no se regodeen con lo conseguido. Deben seguir atentas y activas adaptando sus estrategias a lo que pide la sociedad, esa sociedad a la que sirven.
Con esa idea de servicio, que siempre ha caracterizado el comportamiento de las Fuerzas Armadas me comprometo también a seguir trabajando y contribuyendo a que los objetivos de este Premio, Valores constitucionales y Fuerzas Armadas, sigan perviviendo.
En definitiva, que me comprometo a seguir compartiendo con todos ustedes convicciones, firmes convicciones, y esperanzas.
Muchísimas gracias y un abrazo muy fuerte.