Cuando en una guerra civil empiezan a participar países extranjeros, son grandes las probabilidades de que el conflicto se extienda y se convierta en una guerra internacional.
Esa participación puede ser de muchos modos: ayuda diplomática, financiera o comercial; entrega (a título de regalo, préstamo o compra) de armamento, material o equipo; intervención de combatientes extranjeros de forma oculta o abierta, e incluso la firma de acuerdos que prácticamente suponen una alianza con uno de los bandos.
La última Guerra Civil española fue un caso típico. Contra lo que a menudo se afirma erróneamente, esta guerra no empezó el 18 de julio de 1936; ni el 17 en África y el 19 ó 20 en otras ciudades españolas. Lo que en esas fechas se inició no fue una guerra: fue una rebelión militar, con amplio apoyo de ciertos sectores sociales, contra el Gobierno legítimo de la República Española.
Después, la rebelión militar se convirtió en guerra. Fue cuando, al contrario de lo que había sucedido en 1932 con motivo de la sublevación del general Sanjurjo, rápidamente desarticulada por el Gobierno, la rebelión militar de 1936 no pudo ser aplastada de raíz y, con la inmediata ayuda de dos potencias extranjeras (Alemania a Italia) que facilitaron el transporte de tropas y material desde Marruecos a la Península, se empezaron a delinear lo que serían los frentes de combate de esa guerra.
En ella pronto participaron las potencias extranjeras. Primero recibió ayuda alemana e italiana el bando sublevado y después la República fue apoyada por la Unión Soviética. Sobre suelo español combatieron encarnizadamente soldados de diversas nacionalidades, tanto voluntarios como unidades militares organizadas; lucharon en nuestro cielo aviadores alemanes y rusos; se enfrentaron tanques soviéticos contra cañones contracarro alemanes. Alemanes, italianos y rusos probaron en España nuevas armas y nuevas tácticas de combate. Goering se jactó de haber ensayado en Gernika la eficacia de la aviación nazi, que luego brilló espectacularmente al comenzar la 2ª Guerra Mundial.
Desde el punto de vista militar -sobre todo, alemán- es innegable una continuidad de pensamiento estratégico entre la Guerra Civil española y la 2ª Guerra Mundial. Una no se convirtió en la otra, pero ambas se conjugaron eficazmente.
Algo similar puede estar ocurriendo hoy en Siria. La guerra civil siria, una rebelión popular iniciada en 2011 contra el régimen del presidente sirio, Bashar el Asad, pronto se convirtió en enfrentamiento armado que atrajo sobre Siria la atención de las potencias extranjeras, incluyendo las dos grandes superpotencias nucleares: Rusia y EE.UU.
Pero allí desplegaron otras fuerzas. Algunos países se implicaron en grado distinto, como Irán, Turquía o Israel, y tanto Al Qaeda como el Estado Islámico entraron también en la línea de fuego. En su momento actuó la coalición internacional dirigida por EE.UU.; Francia e el Reino Unido también intervinieron a su modo. En septiembre de 2016 tracé en estas páginas la panorámica de una situación (“El oscuro embrollo sirio”) que ha ido evolucionando a peor.
La temida aparición de un conflicto internacional surge estos días como una crítica posibilidad que afecta sobre todo a dos países, Rusia e Israel, muy concernidos por la guerra siria. Rusia se ha implantado sobre el terreno con bases militares, armamento y tropas de combate no reconocidas como tales, e Israel ha efectuado incursiones aéreas contra objetivos en territorio sirio.
Putin sostiene a El Asad y Netanyahu no desea ver tropas iraníes apoyando al régimen sirio cerca de las fronteras de Israel. Hasta ahora, tanto uno como otro han evitado incidentes aéreos en Siria, donde sus fuerzas aéreas operan apoyando a bandos opuestos.
Pero estos días se anuncia que Putin va a enviar a El Asad sus más modernos misiles antiaéreos S-300, probablemente el mejor sistema antiaéreo existente hoy en el mundo. Esto pondría en grave riesgo a la aviación israelí, pero la mayor gravedad a nivel mundial sería un enfrentamiento militar abierto entre la moderna aviación de guerra israelí y los modernos sistemas antiaéreos rusos.
Es una apuesta difícil de acertar: ¿Quién posee la tecnología más avanzada: los aviones de bombardeo israelíes o los misiles antiaéreos rusos? ¿Qué puede ocurrir si se producen bajas mortales en algún bando? ¿Durará el delicado equilibrio mantenido hasta ahora entre Putin y Netanyahu?
Y si el conflicto se extiende ¿cómo reaccionará el imprevisible Trump? Son preguntas importantes cuya respuesta está, por el momento, en el aire.
Alberto Piris es General de Artillería en la reserva