El retrato descansaba en los oscuros almacenes de la sede belga, tapado por una gruesa manta que ocultaba el horror de un rostro que se deformaba por momentos, convirtiéndose en monstruo mientras la imagen que fue modelo de la pintura original seguía luciendo joven y democrática en fiestas nazaríes. Los acontecimientos del fin de semana provocaron carreras en los pasillos europeos, prisas en la respuesta, decisiones individuales de repercusión comunitaria y, entre tanto caos, alguien cogió el bulto cubierto de polvo y lo puso a la vista de todos. Al retirar la manta, se vió la imagen.
No es este texto un alegato anti-europeista, sino más bien un llamamiento a plantearnos como sociedad cual es el proyecto de Unión que queremos para el futuro.
A la luz de las declaraciones que se han ido publicando en las últimas horas, la Unión Europea se mueve en un terreno puramente geoestratégico, de busqueda de los equilibrios que sean más beneficiosos para su presente, pero ante todo para su futuro. El debate sobre ampliación responde nitidamente a esta visión pragmática. No deberíamos perder de vista que la unión se fundamenta en unos principios y valores que bien se encargan de publicitar a bombo y platillo a la mínima oportunidad, aunque no tengan peso en su respuesta a crisis como las actuales. La premura y contundéncia en la condena a la violencia es imperativa, pero también deseable en tantas otras situaciones por las que se ha pasado constantemente de puntillas; tantos bombardeos y masacres de civiles que solo lograron comentarios breves. No era cuestión de molestar, supongo.
Haciendo un repaso por la retórica adoptada y comprada por la Unión, y reflejada en los medios de comunicación pertinentes, Israel tiene derecho a la legitima defensa. El problema de comprar el discurso pro israelí en pack completo e indivisible es que se juega a la confusión mediática entre quiénes son los integrantes de Hamás y quién es el pueblo palestino. Es inaudito el hecho de que, desde Europa, estemos legitimando la estrategia genocida de cortes masivos de agua y alimentos a toda una población. No se puede llenar la boca de derechos humanos una institución y aplaudir, sin frenar, esa estrategia bélica criminal. El detestable ataque a civiles israelíes no puede ser respondido con un espaldarazo a la masacre de civiles palestinos, a los que se les ha dado la opción de escapar de un lugar con puertas cerradas. Maestros del trilerismo.
De lo ocurrido estos días podrían surgir multitud de análisis y de reflexiones que Europa debería valorar convenientemente. Por qué ha crecido el grupo armado Hamás sería una de las preguntas que debería estar planteándose Bruselas y cual ha sido nuestro papel por acción u omisión en ello. El bloqueo de Gaza y la impunidad internacional de Israel ha provocado el crecimiento del odio de un sector del pueblo gazatí y podríamos plantearnos, a su vez, la cuestión de cuánto tiempo puede aguantar un ser humano en esta situación sin que comiencen a aparecer sentimientos de resentimiento. No pecaremos de ingenuidad y destacaremos también que esta situación ha sido aprovechada por otros actores internacionales que han visto la
oportunidad de alimentar los arsenales de un grupo de presión armada en el flanco oeste de Israel. Lo que sí que destacaremos como mea culpa comunitaria es la mirada a otra parte ante la vulneración del derecho a la vida, que se ve alterado al prohibir la entrada de bienes básicos al territorio. Claramente, no es una justificación a un ataque, tan solo una reflexión sobre los caminos que, existiendo, no se quisieron tomar. Tengo mis reservas de si la Unión Europea ha tenido alguna vez sobre la mesa seriamente presionar a Israel para que rompa el bloqueo, ayude a la mejora de calidad de vida de la franja y reduzca el sentimiento creciente de odio ligado a la miseria impuesta.
Después del desastre de las primeras horas de crisis, es momento de que la diplomacia europea deje de comprar relatos externos y hacer valer una voz propia, acorde a los valores que dice defender. El primer paso, sin duda, frenar la escalada bélica. No será fácil, pues el gobierno israelí aprovechará la coyuntura para imponerse en la región, ahora que la existencia de un enemigo exterior ha diluido la disidencia interior. La mejor forma de solucionar un problema interno es la existencia de uno externo que nos obligue a unirnos. Tras ello, tocará plantear el papel como actor internacional de Europa en la resolución del problema palestino y estudiar las vias de resolución acorde al respeto a los derechos humanos, por más que cueste aguantar presiones de partes interesadas por toda la geografia mundial. Son, posiblemente, muy simplistas estas afirmaciones, pero no deben ser tomadas sino como el esquema básico a seguir. Dentro de la resolución del problema palestino se abrirían los verdaderos debates del reconocimiento internacional, el encaje de este actor en el sistema mundial, la situación de los ciudadanos palestinos e israelies que viven en zonas actualmente en tensión, los flujos de personas y mercancias, la repercusión en los equilibrios internacionales actualmente en recomposición y tantos otros frentes más concretos.
Ya hemos visto el retrato oculto, ahora nos toca a los ciudadanos de los Estados miembros reflexionar sobre cual es la imagen que realmente queremos tener. La Unión Europea, con su ingente cantidad de competéncias transferidas por los Estados soberanos, tiene gran repercusión en la vida de cada uno de nosotros. Es hora de mirar las instituciones con una profundidad diferente a la lejania con las que observamos habitualmente, comprender su importancia y exigir que sus valores no sean meras proclamas vacías. Hemos de ser más europeos, pero también estar dispuestos a convertir una Unión que se desliza hacía pendientes peligrosas en un proyecto enfocado a la mejora de este mundo que se muestra incierto e inestable. Sin caer en la ingenuidad; conocedores que es un mundo complejo con decisiones complejas a tomar, fruto de multiples factores y cuyas consecuencias pueden tener múltiples aristas, pero sin perder la humanidad. Eso ante todo, la humanidad.
Raúl Lorente es profesor de Ciencias Sociales y miembro del FMD