Bolton, al ataque

Publicado en republica.com

El pasado 12 de abril advertí en estas páginas (“¿Crecerá la belicosidad de EE.UU.?”) sobre el peligro que representaba el nombramiento de John Bolton como asesor de seguridad del presidente Trump.

No ha sido necesario esperar mucho tiempo para confirmarlo. El pasado lunes (10 de septiembre) los rayos “boltonianos” han caído sobre el Tribunal Penal Internacional de La Haya. Como el lector no ignora, se trata del más importante órgano internacional de justicia, creado para perseguir los más execrables delitos cometidos por individuos concretos contra el Derecho Internacional. Alcanzó notoriedad en los procesos abiertos contra algunos responsables de los abominables genocidios que padecieron los pueblos de la antigua Yugoslavia y de Ruanda.

Hay que recordar que EE.UU. y otros países (entre los que se hallan Rusia, China e Israel) no han firmado ni ratificado el Estatuto del citado tribunal, con la evidente finalidad de que éste no pueda procesar a ninguno de sus ciudadanos. En el caso de EE.UU., además, se legisló para que los países que constituyan el Tribunal no puedan recibir ayuda militar.

Sabedor de que Trump siente un hondo desprecio general por las organizaciones internacionales, Bolton ha calificado al TPI de “ineficaz, irresponsable y francamente peligroso”. Ya en ocasiones anteriores mostró su convencimiento de que los países que lo apoyan solo se proponen “encorsetar a EE.UU.” Le achaca, además, gran incapacidad para perseguir y enjuiciar a los Estados bandoleros y a los dictadores; se entiende, naturalmente, según la opinión vigente en EE.UU. sobre quiénes son una u otra cosa.

Para Bolton, la Historia es una demostración de que el único modo de disuasión eficaz en esos casos es “la potente y justa fuerza [militar] de EE.UU. y sus aliados”.

Sospechando la posibilidad de una acusación contra EE.UU. por los posibles delitos cometidos en la guerra de Afganistán (de hecho, están abiertas en el TPI investigaciones preliminares sobre lo allí ocurrido), Bolton ha asegurado que, para él y para EE.UU., el TPI es algo muerto de lo que conviene olvidarse. Lo ha amenazado con sanciones financieras y prohibiendo la entrada de sus investigadores en territorio estadounidense.

Teniendo presentes las alusiones que la Autoridad Palestina ha hecho en ocasiones sobre los presuntos crímenes de guerra perpetrados por Israel en los territorios ocupados, Bolton anunció, entre nutridos aplausos, la decisión de cancelar la delegación que Palestina poseía en Washington, decisión precedida por la reciente supresión de toda ayuda al pueblo palestino.

Aunque un portavoz del TPI ha declarado en La Haya que el Tribunal “actúa estrictamente dentro del cuadro legal establecido por su Estatuto” y ha recordado las numerosas pruebas del “ejercicio independiente e imparcial de su mandato”, la violenta actuación de Bolton a comienzos de esta semana aumentará ineludiblemente la creciente separación entre los aliados atlánticos, cuyas posiciones respecto al Tribunal, Israel y el pueblo palestino son bastante opuestas.

No crea el lector que todo esto terminaría si Trump dejase el poder. La nación americana es la que le ha elegido y aunque en torno a su persona existan profundas discrepancias, desde Europa hemos de entender que aquel EE.UU. que desde 1945 fue modelando el mundo de la posguerra no es el mismo que después imprudentemente agitó el avispero de Oriente Próximo dando muestras de una gran irresponsabilidad política.