Así me apunté al grupo que quiso mojar la pólvora de los militares fascistas

-¿Es contra Franco?

-Sí

-Pues me apunto.

Puede parecer poco creíble, estúpido e incluso frívolo. Pero así fue. Mi hermano, comandante de Artillería, Guillermo Reinlein, me había hablado de reuniones de jefes y oficiales en Barcelona. A finales de diciembre de 1974, varios de ellos y de otras regiones militares se reunieron en Madrid. Dos días después de esa reunión, quedamos en un bar de la calle General Oráa de la capital. Allí fue donde mi hermano me dijo que llevaba 48 horas hablando de lo mismo. “O me obligas -dijo- a darme otra vez la paliza o te apuntas, tomamos unas copas, y ya hablaremos”. Y así comenzó una aventura que iba a marcar mi vida para siempre.

Yo entonces, teniente antiguo, no sabía muy bien si democracia se escribía con w o con h intercalada. Dicen que el fascismo es una enfermedad que se cura leyendo. Y hablando, añadiría yo. Porque la lectura y mis conversaciones, sobre todo con Fermín Ibarra y José Fortes, más tarde también detenidos y encarcelados conmigo, me hicieron ver las cosas desde otras perspectivas. Como otros jefes y oficiales, en la Academia Militar había recibido una educación que hablaba de honor, honestidad, eficacia, compañerismo… Todo eso se diluía entonces al llegar a las unidades. Ese fue el camino que hizo que algunos nos apuntáramos a la Unión Militar Democrática (UMD).

Desde aquellos días, se trabajó mucho. Tratando de hacer captaciones, hablando con los líderes de la oposición clandestina, elaborando documentos y organizándonos por grupos más o menos estancos y nombrando responsables regionales y nacionales. Siempre quedó clara una cosa: no había vocación golpista. Mantuvimos contactos con los compañeros portugueses del 25 de abril, pero nuestro objetivo era “mojar la pólvora de los militares fascistas”, no abanderar ninguna iniciativa para tomar el poder.

El 29 de julio de 1975, nueve jefes y oficiales fuimos detenidos, incomunicados y encarcelados en Madrid. El 1 de septiembre de 1974, doce mandos medios del Ejército, convocados por Julio Busquets, habían fundado la UMD en Barcelona. Unión, porque eramos compañeros; militar, porque era nuestra fe; democrática, porque quisimos ser ciudadanos y no súbditos. Esos doce militares habían abierto una puerta, por la que tan sólo unos meses después habían entrado más de un centenar de oficiales y suboficiales de los tres ejércitos y de la Guardia Civil.

Tras nuestras detenciones se estableció un auténtico pulso con el mando militar, que no tuvo empacho en mentir y utilizar la justicia militar de forma torticera contra nosotros. Ni siquiera respetaron un duro régimen disciplinario de… ¡1920! Ahí entraron en juego dos cosas: por un lado, la unidad de los detenidos de cara al exterior. Otra fue la actuación audaz y decidida del capitán de Aviación José Ignacio Domínguez como portavoz de la UMD en el exterior.

La unidad en bloque de ocho de los nueve detenidos se produce al darnos cuenta de que la situación trascendía unas mayores o menores condenas. Había que dar testimonio. Y Domínguez contrarrestó, en cierta medida, las ridículas y hasta repugnantes notas informativas del mando militar en los cuarteles. En esa época viví una experiencia muy curiosa e interesante. Hubo muchas experiencias y anécdotas durante la prisión. Darían para escribir un libro. Pero esta es otra historia…

A través de mi abogado defensor militar, el entonces comandante Prudencio García y de Javier Pradera, el duque de Arión, hombre de confianza del príncipe Juan Carlos, Jefe de Estado en funciones por la segunda enfermedad de Franco, pedía un contacto con la UMD. Lo comenté a mis compañeros y también a la dirección de la UMD en el exterior de la prisión. Se aceptó la cita y se designó a mi hermano Guillermo para que acudiera. Era miembro de la Ejecutiva Nacional y hermano de uno de los detenidos.

En la reunión, celebrada en los despachos de una editorial en la calle Arturo Soria de Madrid, el enviado del príncipe preguntaba si nuestra organización apoyaría una actuación de fuerza de Juan Carlos si Franco se restablecía y pretendía volver al poder como hiciera un año antes. Mi hermano respondió que el príncipe gozaba de nuestra simpatía, pero que una respuesta así tendría que darla la Ejecutiva Nacional. Se acordó organizar una nueva cita. Pero la enfermedad de Franco era irreversible -murió semanas después- y la segunda reunión no se celebró. Juan Carlos fue proclamado rey sin necesidad de ninguna acción de fuerza por su parte.

El pulso desde la prisión continuó. Seguían las presiones del mando para que los defensores militares no pudieran hacer su trabajo y se mantenían las campañas contra nosotros en las unidades. Fuimos divididos en grupos y enviados a castillos militares en Cartagena, Ferrol y Ceuta. Decidimos nombrar defensores civiles entre líderes de la oposición moderada. Tuve entonces la oportunidad de conocer a un hombre excepcional que tanto nos ayudó y que tanto me enseñó: Jaime Miralles. Entre los defensores se encontraban Enrique Tierno Galván y José María Gil Robles. Pero la autoridad judicial militar dijo que no era legal, que no teníamos derecho a civiles. El Consejo General de la Abogacía hizo pública una nota en sentido contrario. Era la primera vez que un órgano de justicia civil y otro militar se enfrentaban. Los apoyos de asociaciones y colegios profesionales, de organizaciones clandestinas -y de algunos compañeros de uniforme-  a los militares demócratas (a los “umedos”, como se nos conocía) fueron muchas y nos llenaron de orgullo y satisfacción.

Pero todo estaba previsto por el mando militar. El Consejo de Guerra, celebrado en Hoyo de Manzanares (Madrid) -en el que mantuvimos silencio ante los interrogatorios del tribunal, el fiscal y los defensores de oficio- nos condenó a los nueve a un total de 42 años y seis meses de prisión militar. Siete fuimos expulsados; otros dos lo serían más tarde. Meses atrás se sobreseyó el proceso abierto contra un jefe y dos capitanes en Barcelona, por intervención directa, se dijo entonces, del príncipe Juan Carlos.

Un año después, en verano de 1976, fuimos saliendo de la prisión. Dos por haber cumplido la condena tras el indulto general por la llegada de Juan Carlos a la Jefatura del Estado; los demás por un indulto concedido por Adolfo Suárez. Pero no podíamos reingresar a nuestros puestos militares y la persecución a los hombres de la UMD que permanecieron en las filas militares se hizo dura y tenaz. Les negaban destinos y cursos, les quitaron mandos de unidades, les trasladaron a ciudades lejanas y les trataron de desprestigiar a toda costa.

La amnistía de 1977, que llegó hasta quienes tenían delitos de sangre, fue negada para los militares de la UMD. En 1987 -tras nueve años de poder socialista-, gracias a Alfonso Guerra, la amnistía nos alcanzó, pero se nos negó cualquier destino. Pasamos todos a la reserva transitoria. Nos habíamos tenido que buscar la vida por otros derroteros. Desde Diario 16 -donde yo trabajaba- se denunciaron no pocos intentos golpistas. Sobre el 23F, como me diría esa noche Miguel Ángel Aguilar, nos faltó solamente haber dado la fecha.

En el 2003, por iniciativa de tres hombres de la UMD, Luis Otero, el recordado Rafael Tejero y yo mismo, se fundó la Asociación Foro Milicia y Democracia (FMD), que congregó a antiguos miembros de la UMD, periodistas, diplomáticos, juristas.. para defender en las Fuerzas Armadas, entre otros objetivos, los ideales de la Unión Militar Democrática. Se celebraron actos, mesas redondas, entrevistas… y hasta se editó un libro. Los intentos de que el Congreso reconociera la labor de nuestra organización y de la dignidad mantenida fracasaron. Hasta  que, tras las acciones semiclandestinas del FMD, un acuerdo entre el PSOE e IU lo logró. Luego vino una manifestación del Consejo de Ministros y la imposición de 14 medallas a miembros de la UMD. Habían pasado 35 años.

Ahora el FMD ha tomado otro rumbo y algunos nos hemos apartado. El próximo 3 de diciembre se celebrarán unos actos en Barcelona para conmemorar este XL aniversario, actos a los que animo a asistir. Pero lo importante en este momento, creo, es agradecer a aquellos doce hombres que dieron el primer paso su decisión y su valor. Fundaron una organización militar clandestina -no podía ser de otra manera- que puso su granito de arena para ayudar a traer la libertad y, a nivel personal, me dieron la oportunidad de participar.

Gracias, compañeros, gracias de todo corazón.

 

Publicado en Público por Fernando Reinlein.