Agitando a Israel un poco más

Una visita relámpago a Israel del presumible candidato republicano a la presidencia de EE.UU., Mitt Romney, ha levantado la suficiente polvareda, en una zona del globo ya de por sí bastante confusa y ofuscada, como para mostrar al mundo los peligros que podría acarrear su posible triunfo el próximo mes de noviembre. Bien es verdad que en la anterior escala de su recorrido trasatlántico, que fue en Londres con motivo de la inauguración de los Juegos Olímpicos, ya dejó un reguero de inconveniencias, deslices y gazapos que sus asesores intentaron vanamente arreglar. El candidato apoyado por las grandes fortunas de EE.UU., como señalaba el martes pasado el diario Público, viene haciendo gala de una irreflexiva verbosidad que, si bien parece granjearle sustanciales apoyos económicos (fundamentales para ser candidato en ese país donde en campaña electoral los recursos financieros suelen ser más decisivos que las ideas), suscita en el resto del mundo una creciente desconfianza.

Ante el “muro de las lamentaciones” de Jerusalén, quizá influido por el latente espíritu de Salomón que impregna sus piedras, no se le ocurrió otra cosa que comparar el gran progreso material de Israel con el atraso del pueblo palestino, que atribuyó a diferencias culturales y a la “mano de la divina providencia”. Reconoció además a la ciudad como capital de Israel, lo que viola la legalidad internacional vigente y también la política oficial de EE.UU. Si le pasó por la mente la idea de que las dificultades que el pueblo palestino encuentra para progresar se deben, sobre todo, a la también ilegal ocupación de su territorio y a la opresión ejercida por el ocupante, no hizo ninguna alusión pública a esto.

¿A qué fue Romney a Jerusalén? En primer lugar, a obtener dinero para su campaña, lo que por algunos ha sido visto en EE.UU. como algo vergonzoso, ya que la hucha se suele pasar dentro de casa y algo más discretamente. Va también contra los usos habituales aprovechar un viaje al extranjero para criticar al presidente en ejercicio, así como poner en evidencia al anfitrión, Netanyahu, haciéndole tomar partido por uno de los candidatos presidenciales. Habla poco en favor de la visión política de Romney haberse reunido con Netanyahu y no haberlo hecho con su homólogo palestino, Mahmud Abbas; prefirió hacerlo con un oscuro “primer ministro”, Salam Fayyad, conocido por la debilidad que siente hacia el Likud.

Para mayor escarnio, tampoco se le ocurrió otro lugar para el desayuno recaudatorio que el hotel King David, allí donde en 1946 un atentado terrorista (de los terroristas “buenos”, entonces dirigidos por el futuro dirigente del Likud Menájem Beguín) mató a casi un centenar de personas, civiles inocentes y soldados británicos. Los cerca de 40 comensales matutinos recaudaron más de un millón de dólares. Junto a Romney se sentaba Sheldon Adelson (conocido en España por su desvelo en favor de los ludópatas y cortejado por los gobiernos autonómicos de Madrid y Cataluña, que se pelean por sus casinos), propietario de un importante diario israelí progubernamental e investigado por la justicia de EE.UU. por alguno de sus desafueros.

Otro objetivo de la visita ha sido ofrecer a los donantes israelíes una guerra contra Irán a cambio del dinero que engrosará sus arcas electorales. Más o menos, lo mismo que hizo Bush con Irak, con los resultados que en EE.UU. deben conocer bien: unos 4000 soldados muertos y tres billones (un tres seguido de doce ceros) de dólares a cargo de los contribuyentes, como explica en The Guardian el profesor Juan Cole.

Alguien tendrá que “pagar el pato” por todo esto, y ese alguien es evidente: el pueblo palestino, al que Romney ha ignorado, incapaz siquiera de visitar un campo de refugiados para ver con sus propios ojos la raíz del verdadero problema que nunca resolverán sus acaudalados patrocinadores.

Mientras tanto, la solución biestatal para el conflicto israelo-palestino está cada vez más lejana, aunque esto poco le importe a Romney. Aumentan incesantemente los asentamientos ilegales; el año pasado unos 15.000 colonos se instalaron en los territorios ocupados, con lo que se ha duplicado su población en los últimos doce años, alcanzando unos 350.000. Si a esto se suman otros 300.000 instalados dentro del Jerusalén Oriental palestino, cualquier esperanza de recuperar algo parecido a las fronteras previstas para el hipotético Estado Palestino es pura ilusión.

Publica el diario progubernamental Israel Hayom que en cuatro años habrá un millón de colonos ilegales y “la revolución habrá concluido”. Frente a esta realidad, poco significa que un portavoz del Departamento de Estado de EE.UU. declare: “No aceptamos la legitimidad de los asentamientos israelíes y nos opondremos a legalizar nuevas instalaciones”. Romney no se anduvo con rodeos y dejó bien claro que “el conflicto israelo-palestino no es ahora nuestra prioridad”; por el contrario, afirmó que “EE.UU. no desviará la mirada ante el peligro existencial que para Israel supone un Irán con armas nucleares”, país al que calificó como el “más desestabilizador del mundo”.

A no muchos kilómetros de donde Romney hablaba, otros pueblos sustentarían distinta opinión, tras haber sufrido el deletéreo paso de las armas estadounidenses que les trajeron el caos y la desestabilización en vez de la libertad y la democracia prometidas.