¿A quién beneficia otra Guerra Fría?

La Humanidad está ahora aquejada por una pandemia que requiere esfuerzos y atención a todos los niveles de la política y la ciencia. Está sufriendo ya los primeros trastornos de una emergencia climática que puede dar al traste con los cimientos de nuestras civilizaciones y culturas. Y no solo eso: cada vez son más quienes empiezan a dudar de los valores de la democracia, puestos en tela de juicio y atacados a través de los nuevos medios de comunicación interpersonal, donde verdad y mentira tienen el mismo peso. A esto se añade la constatación de que el sistema económico mundial genera desequilibrios entre las sociedades y dentro de ellas, provocando un creciente descontento que impulsa a millones de seres humanos a la emigración.

En tal coyuntura es obligado preguntarse: ¿A quién beneficia una nueva Guerra Fría? Porque en los últimos tiempos se han dado pasos hacia ella que parecen irreversibles. Uno es especialmente peligroso: El Gobierno de EEUU y sus aliados han generado una evidente aceleración militar en el Oriente asiático, que parece dirigida contra China. La consolidación de la alianza conocida como AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos) está encaminada a una situación que podría derivar en una guerra nuclear entre los dos países más potentes y ricos del planeta.

Aunque ante la Asamblea General de la ONU Biden declaró que lo último que él desea es “una nueva Guerra Fría o un mundo dividido en dos rígidos bloques”, los hechos parecen apuntar en otra dirección. Para advertir esa paradoja basta imaginar otro escenario mundial. Suponga el lector que China, Rusia y Venezuela anunciasen su alianza en un bloque militar. Como consecuencia de ello, se instalarían bases militares chinas en Venezuela con el consiguiente despliegue de tropas. Por el Caribe navegarían buques y submarinos chinos o rusos y volarían aviones de la misma nacionalidad. Éstos y los buques-espía registrarían las actividades de EE.UU. y en aguas atlánticas, no lejos de las costas americanas, se desarrollarían maniobras aeronavales chino-rusas. Venezuela recibiría submarinos de propulsión nuclear y podría almacenar uranio habilitado para armas nucleares. ¿Cómo reaccionaría el Pentágono?

Nada de lo anterior es cierto, pero permite entender la perspectiva china de la situación geoestratégica en la que se encuentra, si en vez de Venezuela, el Caribe y Rusia, se observa el mar de la China Meridional, Corea, Japón y Formosa y el nuevo tratado AUKUS.

Washington ha calificado dicho tratado como apuntando a “un futuro de paz y oportunidades para todos los pueblos de la región”. Desde China la visión es muy distinta: EEUU tiene varias bases militares de Australia y otras 300 repartidas por el Este asiático, mientras que China no posee ninguna base en el hemisferio occidental ni próxima a las fronteras de EEUU. Además, los países miembros del AUKUS han sostenido recientemente guerras en Afganistán e Irak, en África, desde Libia hasta Yemen y Somalia, y en Filipinas. Por el contrario, los últimos enfrentamientos armados que China ha mantenido fuera de sus fronteras fueron una breve guerra en Vietnam en 1979 y unos conflictos fronterizos con la India en 2020.

Es así como se pueden entender algunas acciones de rearme chino que, sin ser amenazadoras para Occidente, buscan romper cierta sensación de acoso. Porque la realidad fácilmente comprobable y objetivamente irrebatible es que China no es rival militar para EEUU, pero sí lo es en los terrenos económico y político.

No hay que ser muy avispado para entender que una nueva Guerra Fría entre EE.UU. y China solo beneficiaría a las grandes corporaciones mundiales del armamento en los países que ocupan los puestos de cabeza en las tecnologías bélicas. Los pueblos de la Tierra nada ganarían con ella.

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Alberto Piris es general de Artillería y Estado Mayor en situación de reserva. Desde hace más de cuatro décadas colabora en diversos medios de comunicación nacionales e internacionales. Se ha dedicado especialmente a cuestiones de defensa y política internacional.