Las armas personales en EE.UU. y Suiza

Muchos comentarios podrían hacerse al discurso de Obama sobre el “Estado de la Unión” en 2013. En su mayor parte se ha referido a cuestiones de política interior, que son las que más afectan a su audiencia. Pero también ha hecho alusión a algunos otros asuntos que merecerán una crítica más elaborada, como el empleo de los aviones sin piloto para matar a presuntos terroristas, la importancia que debe concederse a la lucha contra el cambio climático y algunas otras cuestiones de política exterior que atañen a Oriente Próximo, a la reducción progresiva de las fuerzas desplegadas en Afganistán, y a las relaciones con Irán e Israel, aunque, de modo muy significativo, no hizo mención alguna al pueblo palestino. Todo esto merecerá un análisis más detenido, aunque puede anticiparse que en lo relacionado con la política exterior no se apuntan novedades importantes y parece que seguirá el camino, no muy brillante, por el que deambuló durante el anterior mandato.

Así pues, comentaré hoy una cuestión de política interior que también ha suscitado interés fuera de EE.UU.: el control de las armas en poder de los ciudadanos. Tras el trágico incidente de la escuela de Newtown, que tanto afectó a la conciencia ciudadana hace un par de meses, Obama creyó apropiado expresarse así: “Se que no es la primera vez que en este país se discute sobre cómo reducir la violencia de las armas de fuego. Pero ahora es distinto. Una aplastante mayoría de ciudadanos se ha puesto de acuerdo sobre algunas reformas de sentido común, como revisar los antecedentes [de quienes compran las armas] para dificultar que lleguen a los delincuentes. Hay senadores de ambos partidos que estudian conjuntamente la legislación que evite que cualquier persona compre un arma y pueda luego venderla a un malhechor. Los mandos policiales nos piden ayuda para eliminar de nuestras calles las armas de guerra y los cargadores de munición múltiple, porque están cansados de verse superados en potencia de fuego. Todas las propuestas merecen ser votada en el Congreso”.

Casi al mismo tiempo, una crónica de la BBC ponía el contrapunto a la inquietud de Obama. Con el título Switzerland guns: Living with firearmas the Swiss way (Las armas suizas: conviviendo con armas al estilo suizo). Suiza posee uno de los índices más altos de población armada y apenas padece incidentes ocasionados por armas de fuego. Por cada 100 personas, hay unas 45 armas en Suiza, la mitad que en EE.UU.; pero las muertes causadas por ellas son en EE.UU. más del triple que en Suiza.

Todo ciudadano entre 18 y 34 años de edad tiene que cumplir el peculiar servicio militar suizo, y durante él está en posesión del armamento reglamentario (pistolas o fusiles de asalto) que debe cuidar en su domicilio. Al licenciarse tiene opción de conservarlo. Un estudiante entrevistado, que sirve como oficial, declaraba: “Hago lo que el Ejército me ordena: conservo el cañón separado de la pistola, en lugares distintos de mi casa; así, si alguien entra a robar y se lleva la pistola, no le sirve de nada”. Desde 2007, además, la munición se conserva en depósitos federales y no en el domicilio. Al preguntarle si se sentía más seguro en casa por disponer de un arma, respondió negativamente y afirmó que, aunque tuviera munición, no le está permitido utilizar su arma contra un intruso.

Su razonamiento es digno de reflexión y merecería ser estudiado en EE.UU.: “No se me entrega esta arma para protegerme a mí o a mi familia. Mi país me la entrega para contribuir a su defensa y para mí es un honor cuidarla en casa. Creo que es muy bueno que el Estado responsabilice de este modo a la población”.

Esta idea es muy distinta al pensamiento habitual en EE.UU., donde algunos opinan que los profesores deberían ir armados a clase y que las armas propias son un modo de protegerse y de aumentar la seguridad general, aun a costa de los tiroteos que con tanta frecuencia padece el país. No puede alegarse que los suizos menosprecien la cultura de las armas que tanto se alaba en EE.UU.: unos 600.000 ciudadanos pertenecen a clubes de tiro y sus frecuentes concursos gozan del favor popular. La reglamentación es rígida y cada concursante debe dar buena cuenta de toda la munición que consume, devolviendo la que sobre.

“¿No se glorifican así las armas?” -preguntaba el entrevistador. “Todo lo contrario, -respondía el instructor de tiro- pues se enseña a la gente a respetarlas. Muchos niños hiperactivos vienen al club y aprenden a controlarse, a estar inmóviles, a concentrarse en el tiro, y esto les beneficia en la escuela”. Los suizos conservan armas en su casa, pero con fines pacíficos. No pueden portarlas en público. No las consideran instrumentos de afirmación de su personalidad o de protección familiar, sino instrumentos de un deporte nacional (Guillermo Tell era también un tirador) y una responsabilidad propia del servicio militar.

Aunque los índices de violencia han aumentado en Suiza, en paralelo con el resto de Europa, no ha crecido el número de muertes por arma de fuego. Como he expuesto en otros momentos, no es sólo con leyes y reglamentos como EE.UU. podrá limitar el uso indiscriminado de las armas de fuego, sino venciendo unos prejuicios culturales que vinculan la libertad personal con el derecho a ir armados. Esto es el residuo de unas épocas ya superadas, como muestra el texto de la 2ª Enmienda a la Constitución de EE.UU., aprobada a finales del siglo XVIII.