¿Una nueva guerra fría?

Publicado en Republica.com

 

Analistas políticos de distintos países, expresándose en varios idiomas a través de medios de comunicación de alcance universal, coinciden estos días en la deprimente conclusión de que el manto de una nueva guerra fría está cayendo sobre las relaciones internacionales. Así se expresaba en Wall Street Journal el pasado mes el historiador estadounidense Walter Russell Mead: “Bajo la dirección de Trump, EE.UU. está desencadenando una nueva guerra fría con China”, tras aludir a las últimas medidas adoptadas por Washington contra el Gobierno de Pekín.

Pero no se trata solo de China. La señal de partida para abrir nuevas especulaciones sobre este serio asunto ha sido la anunciada decisión de Trump de retirar a los EE.UU. del Tratado de fuerzas nucleares de alcance intermedio (INF), firmado a finales de 1987 entre Ronald Reagan y Mijail Gorbachov.

Este Tratado obligó a la Unión Soviética y a EE.UU. a deshacerse de todos los misiles de medio alcance, (entre 500 y 5500 km), fueran o no nucleares, lo que eliminó los entonces llamados “euromisiles”, destinados a sembrar el caos y la destrucción sobre territorio europeo. Supuso un gran respiro y propició el final de aquella guerra fría que, entre otros efectos, condujo a la desaparición de la propia Unión Soviética.

Es cierto que algunas decisiones recientemente tomadas en Washington, Moscú y Pekín inducen a pensar en una nueva guerra fría. Pero es necesario no confundirse. No será una “renovada” guerra fría, sino “otra” muy distinta. En poco se parecerá a la anterior y las lecciones extraídas de aquella de poco servirán ahora. Quizá solo coinciden ambas en un aspecto: los tres países citados están en plena carrera de armamentos y buscan la adhesión de otros países aliados que les respalden.

Esta guerra fría ya no será bipolar sino tripolar, y en esto radica la principal diferencia. La que ha sido hasta ahora superpotencia inigualable (second to none! America first!), es decir, EE.UU., afronta dos enemigos en vez de uno, lo que implica una mayor complejidad del mapa geopolítico resultante: las líneas de enfrentamiento son muchas y aumentan los posibles focos de guerra “caliente”.

También esta nueva guerra fría se diferencia de la anterior porque cada vez es más imprecisa la frontera que separa la paz de la guerra. Se está desarrollando un tipo de “guerra con otros medios”, entre los que se encuentran las presiones económicas y comerciales y los enfrentamientos en el espacio cibernético, que constituyen una explosiva combinación.

El forcejeo cibernético se agrava día tras día. Desde aquel ataque que en 2010 paralizó las máquinas iraníes de enriquecimiento de uranio se sabe ya que el ciberespacio es crítico para la vida de las naciones, que influye en el comercio, la industria y las comunicaciones, pero también puede convertirse en una jungla donde se roban secretos, se difunden falsedades y se influye sobre la opinión pública, pudiendo afectar a los procesos electorales democráticos y al normal funcionamiento de las instituciones estatales.

Aunque los tres países citados se enfrentan entre sí, sus acciones de ciberguerra también se ramifican por todo el planeta y afectan a otros Estados: Corea del Norte e Israel, por ejemplo, conocen bien su desarrollo y efectos, aunque no se trate de grandes potencias.

La humanidad afronta hoy una inestable situación de guerra fría tripolar, donde la ciberguerra o la guerra comercial podrían transformarse en una guerra real de imprevisibles consecuencias, dada la enorme capacidad militar en juego, incluida la nuclear.

La insistencia de las tres potencias para demostrar su fuerza, naval o aérea, en zonas de conflicto es un dato que agrava el problema, porque la voluntad de “mostrar decisión” puede hacer que algunos dirigentes políticos lleven al mundo a una situación parecida a la que, años atrás, lo puso al borde del holocausto, cuando unos misiles rusos aparecieron en Cuba. Entonces hubo un Kennedy sensato y bien asesorado y un Jruschef pragmático y realista que evitaron lo inimaginable.

No se puede estar más de una vez al borde del abismo sin acabar cayendo en él. Sería deseable que Trump, Putin y Jinping hubieran aprendido la lección.