Un americano en París: Trump

Publicado en Republica.com

Algo atosigados por la actualidad política en España (convocatorias electorales, cascada ininterrumpida de nuevos datos sobre la corrupción, exagerada crispación política, síntomas de renacimiento del fascismo y otros aspectos igualmente preocupantes), nuestros medios de comunicación han dejado ya en el pasado la visita de Trump a París con motivo del centenario de la firma del Armisticio que puso fin a las hostilidades en la 1ª Guerra Mundial.

Sin embargo, a nivel internacional y en un panorama de aparente renovación de la guerra fría (como comenté aquí la pasada semana), la presencia de Trump en París tras las elecciones parciales celebradas en EE.UU. ha sido analizada escrupulosamente en los medios estadounidenses.

Su (inevitable) primera metedura de pata tuvo lugar momentos antes de que el avión presidencial tomara tierra en París. Y el modo de hacerlo fue el habitual: un tuit. Escribió: “El presidente Macron de Francia acaba de sugerir que Europa cree su propio ejército para protegerse de EE.UU., China y Rusia. Muy insultante, pero quizá Europa debería empezar por pagar su cuota de la OTAN, que EE.UU. sostiene en gran parte”.

Con eso demostró que no había leído las auténticas palabras de Macron, que de ningún modo había sugerido que EE.UU. fuera un enemigo de Europa sino que ésta debería reducir su dependencia militar de EE.UU. Precisamente lo que Trump viene exigiendo desde siempre a sus socios europeos.

A pesar de su constante apelación al amor que siente por sus soldados, Trump canceló la visita prevista a un cementerio con más de 2000 tumbas de marines estadounidenses caídos durante una ofensiva en junio de 1918. El portavoz de la Casa Blanca trató de explicar su ausencia atribuyéndola a la lluvia que dificultaba el vuelo del helicóptero presidencial. Tanto Macron como Merkel y algunos altos dirigentes de EE.UU. y líderes de los demás países acudieron por carretera a la ceremonia, que se desarrolló con la ostensible ausencia del invitado trasatlántico. Más torpe aún fue la explicación del jefe de prensa de Trump que insistió en la gran preocupación del presidente en no perturbar la vida de los parisinos con una caravana de automóviles que alteraría el tráfico rodado de la capital.

Los comentarios sarcásticos no se hicieron esperar, y el ministro británico de Defensa dijo que “gracias a Dios la lluvia no impidió que [en la guerra ahora conmemorada] nuestros bravos soldados hicieran su trabajo”.

Tampoco asistió Trump al recién inaugurado Foro de París sobre la Paz, creación de Macron para promocionar la cooperación internacional, al que asistieron otros dirigentes mundiales, incluido Putin. En Francia este gesto fue considerado despreciativo y en línea con el poco aprecio que Trump siente por las organizaciones y reuniones internacionales.

Un profesor de Ciencias Políticas neoyorquino ha escrito que “la política, si así pudiera llamarse, de Trump respecto a la OTAN consiste sobre todo en tuits espontáneos, insultos, amenazas, afirmaciones falsas y enormes inconsistencias de todo tipo”. El pasado mes de julio, sugiriendo que EE.UU. no tenía por qué defender a la OTAN, dijo: “Supongamos que Montenegro [que se unió el año pasado a la OTAN] es atacado. ¿Por qué tendría que ir mi hijo a Montenegro a defender el país? ¿Por qué?”. Enorme estupidez, en tanto que el ejército de EE.UU. es una fuerza de voluntarios y ningún ciudadano estadounidense sería reclutado forzosamente.

Todavía el 12 de noviembre, Trump tuiteó: “Va siendo hora de que esos países muy ricos o pagan a EE.UU. por su gran protección militar, o se protegen a sí mismos… y de que el Comercio sea LIBRE y JUSTO” (mayúsculas de Trump). Para él, lo justo es que EE.UU. tenga superávit con todos los países con los que comercie. Teoría económica de imposible aplicación simultánea a todos los Estados del mundo.

De regreso a Washington Trump se burló de la propuesta francesa, apoyada por Alemania, de crear una fuerza militar europea, afirmando que en 1918 los franceses “estaban empezando a estudiar alemán en París hasta que llegaron los soldados de EE.UU.” Un insulto grosero y además carente de base histórica.

Si a esto se suma la simpatía de Trump por los líderes ultraderechistas europeos, como el británico Farage, el húngaro Orban, el polaco Kaczynski, la francesa Le Pen o el italiano Salvini, los europeos tenemos que ver en Trump los síntomas de un peligroso futuro donde el auge de los nacionalismos anticipe una situación crítica para Europa pero también para EE.UU.