Sobre el himno nacional

Publicado en Infolibre.es

Durante este preocupante tiempo de confinamiento y recogimiento pasado, he tenido la oportunidad de saber, gracias a un par de buenos amigos y a esa ya imprescindible herramienta –técnicamente aplicación– que conocemos como guasap (WhatsApp), que nuestro himno nacional español puede proceder de una introducción instrumental (es decir, sin letra) a una composición musical (cantada) andalusí (nawba o nuba) del siglo ix, todavía muy conocida e interpretada en nuestros días en el norte de Marruecos.

Sé que hay otras teorías que nos aseguran que es una marcha militar que el rey Federico II de Prusia regaló a un militar español destinado en su corte o que es parte de una recopilación de marchas militares de 1761, que, en cualquiera de los casos, Carlos III establece en 1770 como Marcha de Honores con el nombre de “Marcha de los Granaderos”, que la teoría andalusí considera como una simple deformación de la expresión “música de los granadinos”, es decir, de los pobladores del Reino nazarí de Granada que tuvieron que exilarse tras la conquista castellana de 1492 o incluso de los moriscos expulsados entre 1609 y 1613, que, después de todo, fueron los creadores de la conocida como República de Salé (1626-1668) en la actual área marroquí de Rabat y Salé.

Lo interesante para mí de estas disquisiciones no es si nuestro himno es de procedencia andalusí, prusiana o genuinamente española, sino, precisamente, que puede ser de cualquiera de ellas; que demuestra la diversidad de nuestros orígenes y, por tanto, nuestra propia diversidad. Que nos recuerda que por nuestras venas corre sangre (con su ADN correspondiente) céltica, que venía del norte e ibera, que venía del sur; fenicia, griega y romana, que venía del Mediterráneo y gótica, que venía del frío norte europeo y de más allá; y sin olvidar la árabe y, sobre todo, bereber de nuestros paisanos del otro lado del Estrecho (sí, con mayúscula inicial, que para nosotros, el estrecho de Gibraltar es el Estrecho), la Hispania Transfretana o Mauritania Tingitana romana, con los que estuvimos entremezclados en la propia península Ibérica durante ocho siglos, tres más de los que llevamos separados.

Que la España que conocemos y en la que nos ha tocado vivir es tanto hija de la Hispania romana de los siglos III (a.n.e) al V, como de la andalusí de los siglos VIII al XV; del extendido imperio Habsburgo de los siglos XVI y XVII, como del ilustrado siglo XVIII y el territorialmente menguante y políticamente paralizante siglo XIX; de la maltratada República de 1931-1939, como de la dictadura de 1939-1975, como de la Monarquía nacida de la Constitución de 1978.

No tiene, pues, ningún sentido, sentirse descendiente de solamente alguna de ellas, de las que algunos creen de mayor poder, honor y gloria, porque no siempre ese poder, ese honor y esa gloria fueron acompañados de humanidad, justicia u honradez. Como no lo tiene renegar de otras porque carezcan de esas auras o porque, de la misma forma, parecieron carecer de esa humanidad, esa justicia y esa honradez. Cada época tiene sus códigos, sus valores y sus costumbres, que no son intercambiables en el tiempo.

Un himno no es una música, como una bandera no es una combinación de colores. Tanto la una como el otro son símbolos de un sentimiento de pertenencia y de identificación. Pero no se puede pertenecer al pasado, como no se puede pertenecer al futuro. Solamente se puede pertenecer al presente y en función del presente. No queda, por tanto, más remedio que identificarse con el presente. Y hablando de himnos y banderas, símbolos “nacionales” por definición, ese presente no puede ser otro que eso que conocemos como el Estado-nación España, materializado por un territorio y esos cuarenta y pico millones de personas que en él habitamos y laboramos. Con sus defectos y sus virtudes; sus logros y sus carencias; sus similitudes y su mucha diversidad en lengua, en historia local, en posibilidades y necesidades, en géneros, en ideologías y religiones, en profesiones y trabajos, en gustos y en disgustos. ¡Qué venimos de dónde venimos: de todas partes!

Nadie tiene derecho, por tanto, a apropiarse ni de los colores ni de las notas que nos representan a todos y mucho menos a hacerlos y hacerlas señas de identidad de una determinada ideología y de una determinada concepción de la vida, en nombre de un supuesto patriotismo que no es sino patrioterismo y confundiendo bandera con bandería.

Oigamos, pues, nuestro himno con respeto, cuando la ocasión así lo merezca, para no banalizarlo como si fuera la canción del verano ni devaluarlo con apropiaciones indebidas. Y oigámoslo pensando en esos cuarenta y pico millones de personas a los que nos representa porque vivimos aquí o, algunos, allí pensando en el aquí, incluidos los que se quieren ir, para que al ver nuestro respeto por nuestra tierra y por quienes la habitan, pierdan las ganas de irse. E incluidos los que nos están llegando porque nacieron en otras tierras que no pueden darles lo que nosotros sí podemos compartir con ellos, como a lo largo de la historia muchos pueblos compartieron con nosotros. Y, sobre todo, pensando en los que más lo necesitan, que eso, aunque no sea poder, sí es honor y gloria. Y sin preocuparnos de si nuestro Himno nacional es de procedencia andalusí, prusiana o genuinamente española, porque es de todas ellas y de mucho más.

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Enrique Vega Fernández es coronel de Infantería (retirado)