La ciega política (anti)migratoria europea y la ceguera social

Un reciente y excelente trabajo de investigación publicado hace unas semanas en The New Yorker por Ian Urbina ha desvelado al gran público la vergonzosa política migratoria —más bien antimigratoria— que la Unión Europea está llevando a cabo desde hace años. El trabajo, que ha sido posteriormente publicado en español en un medio nacional, debe ser divulgado en el mayor número de medios, plataformas, blogs y redes sociales para que llegue a la mayor parte de los ciudadanos lectores, tarea en la que me propongo aportar mi granito de arena. Y me refiero a los lectores críticos y concienciados, es decir, a los que no se queden en la lectura de un titular o un tuit y se atrevan a pinchar en un enlace para profundizar en la lectura.

El relato, con datos obtenidos de fuentes primarias, sobre los suplicios que están sufriendo muchísimos, miles de migrantes, principalmente africanos, es tan desgarrador que debería remover la conciencia de todo ciudadano europeo y reclamar a sus mandatarios que detengan urgentemente esta criminal práctica de represión delegada contra personas que no han cometido delito alguno y a quienes se trata peor que a un terrorista infanticida.

El simple hecho de intentar cruzar el Mediterráneo para buscar una oportunidad en su vida puede llevar a un camerunés, senegalés o eritreo al fondo del mar o a dar con sus huesos en un oscuro e insalubre centro de detención donde, hacinados como en una granja de pollos, serán víctimas de abusos de todo género: torturas, violaciones a mujeres y niños, vejaciones de todo tipo y, como salsa común, la falta de libertad y la incertidumbre. Al migrante así detenido no se le imputa ningún delito, no se le da acceso a un abogado y se le puede mantener encarcelado e incomunicado indefinidamente. Solo en un centro de detención como el de Al Mabani, a las afueras de Trípoli (existen unos quince centros), se amontonan más de seis mil personas, repartidas por celdas de unas doscientas en las que no tienen sitio en el suelo para extender unas simples esterillas para dormir todos al mismo tiempo (un metro cuadrado para tres personas), por lo que tienen que hacer turnos y cuentan con un baño por cada cien personas. El hedor y las pésimas condiciones higiénicas están presentes como lo estaban en las bodegas de los barcos llenas de galeotes convictos hace cientos de años. En esas condiciones se están dando casos de tuberculosis y, por supuesto, de covid.

Añádase a todo ello la práctica mafiosa de los guardias libios que pululan entre los prisioneros a la hora de comer con un móvil en la mano para ver quién se compromete, mediante una llamada, a que su familia le envíe dinero para pagar su “supuesta” libertad, dinero que acaba naturalmente en el bolsillo del guardia. Aun en el caso de que el migrante haya pagado el rescate, nada le asegura que no termine en otro centro de detención si le ven por las calles. Añádanse también los múltiples casos de migrantes que son excarcelados para trabajar en el campo, en cuarteles limpiando armas o en algunas casas privadas en condiciones de esclavitud a cambio de una cantidad que arranca de unos setenta euros por individuo, lo que muestra que el mercado de esclavos no es algo que pertenezca a la oscura historia de la humanidad. Está ahí, en pleno siglo XXI y a no muchas millas de nuestras costas.

El periodista Ian Urbina, que encabezaba un equipo de tres personas de su recién creada Outlaw Ocean Project, una organización sin ánimo de lucro que investiga casos de abusos sobre derechos humanos, fue detenido en Libia junto a sus colaboradores. Encerrados, interrogados y apaleados, fueron liberados a los seis días tras la intervención del Departamento de Estado norteamericano. Los guardias se quedaron con todo su equipo informático, cámaras, teléfonos y dinero y fueron expulsados del país. El clima de violencia es tal en Libia que la prestigiosa ONG Médicos sin Fronteras ha decidido no solicitar ya visitas a los centros de detención por temor a la inseguridad física de sus colaboradores.

Conviene recordar que la Comisión Europea, a través del Trust Fund creado para Libia, está financiando toda la estructura de control para que los refugiados y migrantes en general no alcancen territorio europeo. Son muchos millones de euros gastados en embarcaciones rápidas, vehículos todo-terreno, radios, teléfonos por satélite, uniformes, etc. para dotar a la Guardia Costera libia de los recursos necesarios para interceptar pateras y botes colmados de migrantes, niños incluidos, que huyen de la miseria, la violencia, la hambruna y las malas condiciones climáticas que arruinan cada año sus cosechas. Para que Libia desempeñe con facilidad (y con toda impunidad) la tarea encomendada de chico malo de la película, la UE les construye edificios para ser utilizados como centros de control y les proporciona la formación necesaria. Además, con la mediación de Italia y la luz verde de la UE, Libia ha conseguido que la ONU extienda la jurisdicción de sus aguas casi cien millas más, sobre aguas antes internacionales y hasta medio camino hacia las costas italianas.

En estos días de finales de año en que todo el mundo se desea la paz y la felicidad, se celebra el nacimiento de alguien que fue emigrante y rechazado y perseguido junto a su familia

Por otro lado, Frontex, la agencia de vigilancia de fronteras de la UE, cuya principal misión en el Mediterráneo es detectar embarcaciones de migrantes y avisar a las agencias gubernamentales competentes para su rescate, en muchas ocasiones avisa directamente a la Guardia Costera libia o bien lo hace el servicio de rescate marítimo italiano. La ley establece que los migrantes rescatados deben ser llevados a un lugar seguro y ya sabemos, por las pruebas aportadas y los testimonios recogidos por diversas organizaciones humanitarias (MSF, HRW, AI), que Libia es cualquier cosa menos un lugar seguro. Se trata más bien de un Estado fallido con el que Italia ha establecido un memorándum de entendimiento con el llamado Gobierno de Acuerdo Nacional, que sólo controla la parte occidental del país, la Tripolitania, estando la parte oriental, la Cirenaica, y el resto del territorio en manos de un gobierno rival y trufado de milicias incontroladas y grupos armados.

Las instancias oficiales de la UE admiten que son inaceptables las condiciones en las que se encuentran los migrantes en esos centros de detención. Según el alto representante y vicepresidente de la Comisión Joseph Borrell, la decisión de detener arbitrariamente a los migrantes es responsabilidad de gobierno libio, pero siguen —seguimos— financiando instalaciones, barcos y medios terrestres y de comunicaciones para que sigan haciéndolo.

Por un lado, la opinión pública europea mayoritariamente condena la existencia de esa herida abierta de la conciencia colectiva que es la prisión norteamericana de Guantánamo y el limbo jurídico internacional que ello supone, pero cuando se trata de informar o de leer detenidamente sobre lo que está ocurriendo con los refugiados y migrantes a las puertas de nuestra fortaleza europea parece como que no va con nosotros o que es una desgracia más de las que ocurren en otras partes del planeta. ¡No! ¡Ni mucho menos! Los fondos destinados a los guardacostas libios y a sus instalaciones, donde sufren hacinadas miles de personas, provienen de los presupuestos comunitarios, los presupuestos comunitarios se nutren de los presupuestos nacionales y éstos de sus contribuyentes, nuestros bolsillos…y nuestra conciencia.

Tenemos un déficit tremendo de empatía y un superávit de insolidaridad y egoísmo. Situaciones como la de Libia, pero también la de Samos, Lesbos, Calais o el paso fronterizo de Kuznica-Brugzi nos hacen olvidar —o no querer ver, una vez más— que la Unión Europea necesita trabajadores inmigrantes, cualificados o no, para salvar su modelo económico y social y el estado de bienestar a medio y largo plazo, como nos recuerda Andrés Ortega, aunque es algo incómodo para los políticos admitirlo pues el problema no entra en sus esquemas cortoplacistas en término de votos. Y no hace falta dar nombres, como Saramago en su Ensayo sobre la ceguera. Todos tenemos algunos en mente.

La sociedad europea, además de afrontar el covid, está experimentando el contagio de otra pandemia más sutil surgida de la ultraderecha xenófoba y racista que está impregnando a las derechas moderadas, a algunos partidos de izquierdas y a la sociedad en general y contra la que es urgente encontrar una vacuna. Por eso conviene recordar a quienes tanto apelan a las bases cristianas de la cultura europea, que en estos días de finales de año en que todo el mundo se desea la paz y la felicidad, se celebra el nacimiento de alguien que fue emigrante y rechazado y perseguido junto a su familia. Que tengan eso presente en sus pensamientos, plegarias, cenas y fastos y obren en consecuencia.

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Miguel López es militar retirado y miembro del Foro Milicia y Democracia (FMD)

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