Franco y la cruz laureada de San Fernando (3/14): El origen de la leyenda

La ocasión de buscar más gloria (en esta ocasión CASI imperecedera) y más medallas se la deparó al ya capitán Francisco Franco un pequeño hecho de armas que ha entrado por la puerta grande en la triste historia de las campañas de Marruecos. Para algunos a causa de Franco. Para otros, porque generó una lluvia de Cruces Laureadas de las que el supuesto héroe no recibió ninguna. Para nosotros es importante porque, por primera vez, su expediente personal y documentos aledaños, no publicados, ya contienen información que permite penetrar si no en la complicada mente del joven capitán, sí  al menos en su comportamiento. Así como prácticamente no se conserva ningún documento que favorezca tal análisis en ocasión de su primer ascenso, el segundo generó abundante documentación, mucha de la cual misteriosamente no se recogió en la hoja de servicios publicada (ya sé que ambos documentos son diferentes, pero la ausencia no es, como veremos, accidental).

La gesta en cuestión se resume sobriamente en Wikipedia como sigue:

La toma de El Biutz fue un enfrentamiento bélico de la guerra del Rif que tuvo lugar los días 28 y 29 de junio de 1916, en las proximidades de la ciudad de Ceuta, entre las tropas españolas y fuerzas rebeldes rifeñas. El ejército español realizó una operación para asegurar las comunicaciones entre Tetuán y Tánger, que se encontraban dificultadas por diferentes posiciones de la guerrilla rifeña, principalmente la situada en el pueblo de El Biutz, ubicada en una cima que dominaba la carretera entre Ceuta y Tetuán y bien defendida por trincheras y combatientes que disponían de ametralladoras y fusiles. El ataque resultaba dificultoso para las fuerzas españolas que debían avanzar por estrechos y espinados senderos muy expuestos al fuego enemigo. La estrategia general de la operación fue diseñada por el general Francisco Gómez Jordana, y consistió en avanzar simultáneamente desde cuatro puntos: Ceuta, Larache, Tetuán y Fondak. En el transcurso del asalto resultó herido en el abdomen el entonces capitán de 23 años Francisco Franco.

Tal descripción esquiva todo lo que nos parece importante desde el punto de vista del comportamiento del audaz capitán. Hay otras, una de las cuales aparecerá al final de esta serie porque tiene un intríngulis. Tampoco entra la anterior descripción en lo que ha sido no ya magnificado sino hiperglorificado en las hagiografías que se dedicaron a Franco desde tiempos lejanos. Un elemental recorrido por algunas de las encendidas loas de media docena de autores puede darnos una idea de la densidad de los vapores de incienso con que se rodeó al futuro Caudillo y el indomable valor del que todos afirman hizo gala.

El episodio fue, desde luego, vital, absolutamente vital, para Franco. Sin los embustes que se esparcieron y las mentirijillas que él, “oficial y caballero”, alentó conscientemente y con contumacia, su posterior carrera hubiese sido muy diferente. También, la historia de España. No es, pues, un tema baladí y confío en que los amables lectores puedan llegar a la misma conclusión al término de esta serie.

Quizá les parezca que exagero. En absoluto. Cualquiera puede echar un vistazo a la clásica obra del añorado coronel y profesor Gabriel Cardona El poder militar en la España contemporánea hasta la guerra civil (Siglo XXI, Madrid, 1983, pp 31s). Tomando como ejemplo la promoción de la Academia de Infantería de Toledo de 1910, destaca la importancia máxima de los ascensos por méritos de guerra en las carreras de sus componentes. Salieron 341 segundos tenientes. Francisco Franco fue el número 247. No demostró, pues, ser un genio del aprendizaje militar. No importaba entonces el saber sino lo que se asociaba con ciertos órganos. A los veinte años de salir de la Academia, y de no haber ocurrido los ascensos de Marruecos, sus componentes hubieran llegado a ser comandantes recién ascendidos o capitanes a punto de ascender. La guerra colonial trastocó totalmente la pauta. ¿Dónde habría estado entonces el mediocre estudiante Francisco Franco? Quizá, con suerte, hubiera ascendido a comandante, o se hubiese quedado en el empleo inferior de capitán. En julio de 1936 un comandante o un capitán ciertamente no hubieran estado en condiciones de llevar a los “Ejércitos nacionales” a la VICTORIA.

Uno de sus compañeros, Alfonso de Borbón, adelantó 356 puestos respecto a la carrera que le hubiese correspondido por razón de antigüedad; Camilo Alonso Vega (el futuro “Don Camulo”) 882 puestos; Juan Yagüe, de siniestra fama, 1.595, y el inmarcesible Francisco Franco, la friolera de 2.438. Quienes no obtuvieron ascensos por méritos de guerra sufrieron las consecuencias. El número 20 de la promoción perdió 165 puestos; el número 40, 153, etc. etc. ¿Adónde hubiese ido a parar el segundo teniente Franco?

Desde luego en Marruecos se corría peligro, sí. Pero era un auténtico chollo (mucho mejor paga y ascensos rápidos) que compensaba la multitud de operaciones pequeñas y no tan pequeñas, entre ellas las del tenor que esmalta hasta junio de 1916 la hoja de servicios publicada de Franco. Costó vencer a los rifeños mucho sacrificio y mucha sangre (también la ayuda francesa), pero igualmente permitió ganar muchas condecoraciones (incluso, para él, la Legión de Honor) y abundantes ascensos con su lubricante esencial: la corrupción. Esto último lo señalaron Arturo Barea y Antonio Cordón, entre otros. Generó una auténtica casta guerrera que quiso tener la oportunidad de continuar sus hazañas en la contienda civil con las mismas pautas de conducta que tan provechosas les habían sido en las campañas marroquíes.

Nuestro análisis de las mentiras que empezaron a adornar la figura todavía no del todo envuelta en pólvora e incienso del futuro Caudillo debe empezar por su primer biógrafo, y quizá el máximo de sus “pelotas” entre los “pelotas máximos”, que ya es decir: Joaquín Arrarás. Abrió un amplio camino por el cual no tardaron en adentrarse numerosos seguidores. Hasta la actualidad. Solo mencionaré a unos cuantos muy seleccionados. No tendría demasiado sentido abundar. Mi argumentación se atiene, lo más rígidamente posible, a la evidencia primaria relevante de época (EPRE), esa que provoca la hilaridad de algunos especialistas en insultos.

Franco, probablemente en la época en que todavía era dicharachero en la guerra civil (su secretario de Relaciones Exteriores, Francisco Serrat Bonastre, dixit), o tal vez algo después, contó a Arrarás un montón de anécdotas. La que aquí nos interesa reza como sigue (cito de la octava edición, aumentada, 1939, p. 30) según tan importante trapisondista:

Como advirtiera (sic) que desde un parapeto el adversario hostilizaba e impedía el avance, [Franco] se puso al frente de sus soldados para asaltarlo. Recuerda que en aquel momento recogió del suelo el fusil abandonado por un Regular herido y que lo cargó para utilizarlo. Dio unos pasos y se desplomó con el vientre atravesado por un balazo. “Sentí -dirá años después- como si de pronto me hubieran aplicado un sinapismo ardiente que me abrasaba, cortándome la respiración”. Pero aún encontró alientos para seguir dirigiendo el ataque (sic). Y conservó su lucidez hasta tal extremo que, como llevara en su CARTERA veinte mil pesetas que eran de la compañía, llamó a un teniente, haciéndole la solemne entrega de dicho dinero, para que no sufriera retraso ni perturbación la contabilidad de la compañía, en el caso de que le sobreviniera la muerte. La herida era muy grave, y Franco quedó en la posición, pues los médicos prohibieron que fuera evacuado a un hospital…”

Aquí está quintaesenciada toda la leyenda de Franco en El Biut. Se la trazó él mismo y la han deglutido sin chistar decenas de historiadores y, me temo, de promociones de oficiales y jefes del Ejército español. Obsérvese que Arrarás no deja duda alguna de que se lo contó el propio Caudillo. Lo presenta casi como una acción aislada. Franco se dio cuenta de que había moros enfrente y, claro, se le ocurrió cortar drásticamente, a fuerza de valor (y algún órgano), su hostigamiento.

Se imponen tres comentarios de urgencia.

De niño, servidor solía ir a ver películas bélicas. Tres lanceros bengalíes fue una de mis favoritas. Hubo muchas más que narraban las gestas de los bravos soldados británicos en lucha contra los rebeldes en la India, por ejemplo Gunga Din. Por no hablar de los no menos bravos legionarios franceses en pugna contra las tribus marroquíes como en Beau Geste.

Me deja algo perplejo que Franco empezara el avance sin ningún arma. ¿Ni siquiera una humilde pistola? Porque de lo contrario, ¿para qué recoger el mosquetón a un Regular herido de muerte? Se me ocurren dos escenarios posibles, quizá bajo la influencia de aquellas “pelis”. Por ejemplo, que no llevara pistola alguna por lo que prefirió servirse de un fusil (que podría ser muy útil para hacer fuego en posición estacionaria pero no para disparar subiendo la cuesta hacia la cima de la loma); o que, con la pistola enfundada, fuera adelante amedrentando simbólicamente a los moros con el pecho desnudo de su heroísmo.

Arrarás dio a conocer un detalle, que le reveló el propio Franco y que se me antoja con gran diferencia el más importante. El capitán Franco se lanzó, impetuoso, a los azares del combate provisto de una cartera (¡nada menos!) que contenía la paga de sus soldados. La suma de 20.000 pesetas era una auténtica fortuna en la época. Un montón, imagino, de billetes que de llevar el contenedor en el bolsillo, ya fuera de la guerrera o del pantalón, le crearía un enorme bulto. ¿Había alternativas? No me suena, ignorante que soy en temas de comportamiento bélico bajo fuego enemigo, que los oficiales españoles llevaran en combate las alternativas obvias como mochilas o carteras de mano y, mucho menos, que fuesen cargados de “pelas”, aun cuando fuesen pagadores. A lo mejor les hubiera sido más útil llevar granadas de mano en bolsas manejables.

Pero el connotado periodista, metido a biógrafo y luego a historiador, recibió el relato de la voz de su amo. No crean los amables lectores que tal improbable estupidez, emanada de los labios del Supremo líder, cayó en saco roto. Se asombrarán si siguen leyendo las próximas entregas, pero ya de antemano les imploro que contengan sus carcajadas.

Aviso: La hoja de servicios de Franco publicada llega hasta su nombramiento como general cuando pasó a instalarse en Madrid en 1926. Comprende de las páginas 15 a 67. La acción de El Biutz y sus consecuencias se describen someramente en las páginas 37 y 38. Después de la hoja propiamente dicha siguen comentarios varios del autor de la publicación, no exentos de peloteo (páginas 73-85). Se añade un apéndice documental, que ocupa desde la página 89 hasta la página 135, con reproducción de las disposiciones sobre sus sucesivos ascensos. Después aparece una extensa exposición genealógica de la familia Franco entre las páginas 137 y 219.

Se indica que la hoja de servicios procede del archivo del Consejo Supremo de Justicia Militar. Para nosotros la parte más importante es el documento 2 del apéndice publicado, que trata exclusivamente del resultado del juicio contradictorio al que se sometió a Franco. En esta serie iremos mucho más allá.

(Continuará)

* Esta serie está dedicada a la memoria del Dr. Miguel Ull y de mi primo hermano Cecilio Yusta, fallecidos a causa de la pandemia, que me ayudaron a desentrañar el primer asesinato de Franco, en la persona del general Amado Balmes.