Las modernas guerras de destrucción

Publicado en republica.com

Sound and Picture es una organización siria independiente, constituida por activos defensores de los derechos humanos, que se especializa en “documentar de modo profesional las violaciones contra la población civil cometidas por todas las partes implicadas en el actual conflicto en Siria” para denunciar a los grupos que las cometen ante la comunidad internacional.

Durante la actual batalla por la recuperación de la ciudad siria de Raqa, uno de los dirigentes de la citada organización ha informado que desde la llegada de Trump al poder parecen haberse relajado las reglas de enfrentamiento de la coalición dirigida por EE.UU. en lo que respecta a minimizar el número de víctimas inocentes entre la población civil.

Tras los últimos bombardeos después de que en junio pasado las denominadas Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) ocuparan parte de la ciudad, la citada organización declaró: “El número de combatientes del Daesh [Estado Islámico] dentro de la ciudad no pasa de 500, pero si cada vez que ellos [la aviación aliada que apoya a las FDS] quieren eliminar a un soldado del Daesh tienen que destruir un bloque de viviendas y matar a todos sus residentes, lograrán dejar a la ciudad libre del Daesh pero también libre de todos sus habitantes”.

Si esta imagen del horror que sufre el pueblo sirio no es suficiente para abrir los brazos a los miles de inmigrantes que desde Siria llegan a esta Europa desconcertada, dividida, asustada y cerrada al dolor de los demás, conviene leer también lo que al respecto proclama Médicos sin fronteras: “En Raqa, si usted no muere por los bombardeos morirá por el fuego de los morteros; si no, por los disparos de los francotiradores; y si no es así, será por los artefactos explosivos. Y en el caso de que logre sobrevivir estará atormentado por el hambre y la sed, pues no hay alimentos, ni agua ni electricidad”.

Esta desgraciada ciudad, del mismo nombre que la provincia siria de la que es capital, parece haber concitado sobre sí todas las desgracias imaginables. En 2013 la ocupó el Estado Islámico y el año siguiente fue proclamada capital del Califato de todo el mundo islámico. Pero en noviembre de 2015, como respuesta a los atentados que París sufrió ese mismo mes, la Fuerza Aérea francesa la sometió al intenso bombardeo de varias posiciones ocupadas por tropas e instalaciones del Estado Islámico.

Durante 2016 tuvo que soportar los violentos enfrentamientos de los bandos implicados en la guerra civil siria, y desde junio del presente año se está desarrollando en ella una cruenta batalla, calle por calle y casa por casa, entre las citadas FDS, apoyadas en tierra por milicias árabes y kurdas y en el aire por la coalición internacional dirigida por EE.UU., y los luchadores del Estado Islámico, que utilizan trampas explosivas y se escudan entre la población civil.

Estamos ante una prolongación sin fin de la vieja guerra de las ruinas y los escombros, premonitoriamente anunciada desde que las Torres Gemelas se convirtieron a su vez en un sangriento amasijo de piedra y hierros. Lo que parecía ser una evolución del arte militar hacia el uso exacto (“quirúrgico” le dicen algunos) de armas de gran precisión, bombas inteligentes, drones capaces de identificar personas y otros artificios de las más modernas tecnologías de la guerra, que serían capaces de convertirla en una “serie ordenada de limpios asesinatos” (en palabras de un ingeniero de armas avanzadas), se está convirtiendo en lo más antiguo y conocido: el puro arrasamiento del territorio enemigo, lo mismo que conoció Berlín en 1945 como colofón de aquella guerra que solo supo concluir tras aniquilar nuclearmente dos ciudades japonesas y sus desdichados habitantes.

Mano a mano, el Estado Islámico y la coalición internacional que se le opone han ido destruyendo antiguos pueblos, destrozando familias, generando oleadas de emigrantes y sembrando unos odios que tarde o temprano se tornarán en futuras venganzas, en una eterna espiral de violencia a la que no se ve fácil salida si solo se intenta frenar aplicando aún más violencia.