Los viejos generales

Mientras el pasado miércoles, desde la tribuna erigida en la Plaza Roja moscovita, el recién reelegido presidente Vladimir Putin presenciaba el desfile conmemorativo del 67º aniversario de la victoria sobre el Reich alemán, no es difícil suponer algunas de las preocupaciones que pasarían por su mente en esos momentos. Contemplando el marcial espectáculo -en el que este año, como novedad, han desfilado con uniforme de gala los 14.000 participantes, salvo el personal de las unidades acorazadas-, al paso de los grandes misiles estratégicos Topol-M no podría menos de pensar en una importante y próxima cita internacional, estrechamente vinculada con la estrategia nuclear. Se trata de la 25ª cumbre de la OTAN que tendrá lugar en Chicago los días 20 y 21 de mayo, y de cuyas decisiones dependerá en gran parte la estabilidad estratégica mundial en los próximos años.

Entre las dos grandes potencias nucleares reina ahora una profunda desconfianza, causada por las discrepancias en torno al sistema de defensa antimisiles que haya de proteger a ambos países y a sus respectivos aliados contra hipotéticos lanzamientos de armas nucleares por terceros países. Según el ministro de Defensa ruso, el sistema que EE.UU. propugna para la defensa antimisiles, del que España formará parte, “va a deteriorar seriamente el sistema ruso de disuasión nuclear estratégica para el año 2020″.

La amenaza se considera tan grave como para declarar en varias ocasiones que, de confirmarse su peligrosidad, “Rusia podría atacar preventivamente las instalaciones de radares y misiles interceptadores situadas en la proximidad de las fronteras rusas”. Desde un punto de vista técnico es difícil aceptar la postura rusa, ya que el sistema defensivo propuesto por EE.UU. parece incapaz de hacer frente al variado y potente arsenal nuclear ruso, para anular su capacidad de represalia estratégica. De lo que se trata es, más bien, de no ceder en el forcejeo por impedir nuevos despliegues militares estadounidenses en Europa, o en todo caso utilizar esta cuestión para obtener a cambio ventajas en otras negociaciones con EE.UU.

Ni EE.UU. ni Rusia reconocen abiertamente que la hipotética amenaza de un terrorismo nuclear procedente, por ejemplo, de Irán, no deja de ser una ficción parecida a la que a principio de los años 80 impulsó la fantástica “guerra de las galaxias” del presidente Reagan, que haría a EE.UU. invulnerable ante cualquier ataque de la Unión Soviética. Así sucedió también durante la Guerra Fría, cuando el temor a que las divisiones acorazadas soviéticas alcanzaran el Rin en unas pocas jornadas puso en marcha una dinámica que repartió abundantes beneficios en el complejo militar-industrial a la vez que llevaba al mundo al borde del precipicio nuclear.

El mal entendimiento entre EE.UU. y Rusia se debe además a la falta de acuerdo dentro de ambos países entre los dirigentes políticos y los militares sobre el modo de establecer un sistema de defensa antimisiles que cubra con aceptable garantía las dos orillas del Atlántico sobre las que se extiende la OTAN, y sobre si es o no posible coordinar esa defensa con la del territorio ruso. La OTAN ha rechazado sistemáticamente todas las ofertas rusas para establecer una defensa antimisiles conjunta del continente europeo, porque esto exigiría entre ambos participantes un mayor nivel de confianza que el actual, a fin de poder intercambiar datos e informaciones operativas.

Ante este callejón sin salida, un grupo de generales norteamericanos y rusos propugna abandonar los terrenos de la confrontación militar y esforzarse por alcanzar una cooperación mutua que asegure la estabilidad estratégica entre los dos países. Se trata del llamado “Grupo del Elba”, constituido por varios generales retirados de los ejércitos ruso y estadounidense, así como antiguos altos directivos de sus respectivos servicios de inteligencia: la CIA y la DIA norteamericanas y el GRU y el Servicio Federal de Seguridad rusos. El nombre del grupo se inspira en el del río donde las vanguardias rusas y americanas de dieron la mano el 25 de abril de 1945, enlazando así por vez primera el frente oriental y el occidental, pocos días antes de la rendición incondicional de Alemania.

La última reunión del citado Grupo tuvo lugar en Chipre el pasado mes de marzo. En el comunicado final se expresaba la necesidad de que EE.UU. y Rusia se pongan de acuerdo para hacer frente al posible terrorismo nuclear: “El Grupo del Elba reconoce que la estabilidad y la confianza entre las dos mayores potencias nucleares son factores indispensables para la seguridad de ambos países y de todo el mundo. Ninguna de ambas debería intentar prevalecer militarmente sobre la otra, sino que ambas deberían coordinar sus esfuerzos para oponerse a cualquier terrorismo nuclear”. En resumen: la paz que hace 67 años se logró mediante la fuerza, solo podrá conservarse ahora mediante la cooperación y el entendimiento mutuos.

Una vez más, son los viejos generales retirados (como aquellos que en los años 80 se alinearon en el grupo “Generales por la Paz y el Desarme”, para oponerse a la descabellada carrera nuclear acelerada por la OTAN) los que tratan de que la razón controle el ejercicio de la violencia, porque conocen muy bien los efectos de ésta. No convendría desoír sus advertencias.