¿Son nuevas las políticas de Donald Trump?

Publicado en el blog del FMD en infolibre.es

 
Desde la llegada a la presidencia de los EEUU de Donald Trump, se ha hablado mucho de sus actitudes, de sus tuits, de su política… pero es obligado, también, repasar la historia para que encontremos alguna explicación más sencilla a esas conductas.

Es un dato histórico, y hasta empírico, el hecho de que ante situaciones de crisis económica prolongada, surjan ideas encaminadas a cambiar el “metabolismo” de las mismas, y para ello se recurre normalmente al incremento del gasto como un recurso económico para estimular la economía.

El problema es qué tipo de gastos utilizamos.

Al acabar la II Guerra Mundial, y ya bajo la presidencia de Truman, fue George Kennan, su luego famoso consejero de Seguridad, quien inspiró la “estrategia de contención” frente a la Unión Soviética. Kennan consideraba que solo una actitud de firmeza con los soviéticos, unida a la voluntad de usar la fuerza si era necesario, podía “contenerlos”. La política de contención aplicaba una “contrafuerza” en puntos geográficos y políticos cambiantes pero trataba de evitar una confrontación global.

Esta propuesta de “presión militar” constante obligó a una costosa escalada de inversión en armamento.

Cuando, poco tiempo después (1949), Kennan empezó a criticar estas políticas porque pensaba que los propósitos de la contención se habían logrado y que la Unión Soviética había dejado de ser un peligro real, cayó en desgracia y fue reemplazado.

Paul Nitze, un halcón que sustituyó a Kennan y cuya influencia militarista se dejaría sentir en la política norteamericana durante cuarenta años, y Dean Acheson, el nuevo secretario de Estado, aplicaron una retórica apocalíptica para convencer al país de que no había otro modo de sobrevivir que embarcarse en costosos programas de gasto militar para conseguir la contención global del comunismo.

Nacía así el que, años más tarde, se llamaría “complejo militar-industrial”, y comenzaba la confrontación entre el bien y el mal, entre el “mundo libre” y el comunismo.

Para ello, se magnificó la capacidad militar del “enemigo” y se estableció que la única solución para evitar un conflicto pasaba por aumentar las fuerzas convencionales norteamericanas –como elemento de contención en Europa–, al tiempo que se potenciaba el arsenal atómico.

La guerra de Corea, en 1950, justificó este proceso de militarización y el incremento de gasto (Acheson llegó a declarar: “Vino Corea y nos salvó”), y tuvo el resultado añadido de que la demanda militar estimuló la buscada recuperación económica de la industria.

Más tarde, le correspondió al presidente Eisenhower durante los ocho años (1953-1961) que permaneció en la Casa Blanca, tras haber sido comandante supremo de los ejércitos aliados durante la 2ª Guerra Mundial y primer jefe militar de la recién creada OTAN, el consolidar este crecimiento y la vasta expansión de la fuerza militar de EEUU y sus servicios de inteligencia.

No obstante, su segundo mandato se caracterizó por una fuerte recesión económica (huelgas, crisis en la industria del acero…) a la que se añadió una cierta sensación de inseguridad en la sociedad norteamericana producida por el lanzamiento del Sputnik ruso.

Esta recesión y esta “inseguridad” llevaron a Eisenhower a la creación de la NASA, y a aceptar un nuevo aumento de los gastos de defensa. Este nuevo proceso de rearme contaba con el apoyo de un entramado de intereses políticos y económicos (empresas como Lockheed, Mc Donnell y General Dynamics) que favorecieron la consolidación del complejo militar-industrial y cuyos beneficios crecían aceleradamente cuanto más se ensombrecía el panorama de la Guerra Fría.

Fue Eisenhower quien en su discurso de despedida de la presidencia (enero de 1961), puso en circulación la expresión “complejo militar-industrial” para denunciar la posible pérdida de libertades personales si “los gobiernos no tomaban precauciones contra la adquisición de una injustificada influencia por parte del complejo militar-industrial, sea o no buscada por él. Existe y seguirá existiendo la posibilidad del desastroso crecimiento de un poder mal establecido”.

Un “complejo”, un entramado, que nunca llegó a deshacerse, sino que ha seguido creciendo y “adaptándose” a los cambios de escenarios y estrategias.

Y así lo reconoció el presidente Obama en unas declaraciones hechas al periodista Jeffrey Goldberg de la revista Atlantic Review, al final también de su segundo mandato presidencial (como Eisenhower). En esa entrevista, Obama trató de expresar que su pensamiento político estaba en muchas ocasiones en contradicción con el de su equipo de colaboradores y con las ideas más comunes del establishment estadounidense. Explicaba no solo la soledad del presidente en la toma de decisiones sino que también se atrevió a denunciar la “militarización de la política exterior y la complicidad del establishment intelectual, universidades y think tanks”.

Sí, de nuevo el complejo militar-industrial, ahora bautizado como el “Manual de Washington”, era el que le impedía a Obama tomar decisiones razonadas y razonables. Una forma de pensar colectiva sobre política exterior (el “Manual”) que termina siempre optando por la confianza en el poder de la fuerza militar y por la credibilidad amenazadora que se deriva de su uso continuado.

Obama añadía que la no intervención en Siria, tras el uso de armas químicas por parte de Bashar al Assad, fue considerada por sus colaboradores como un golpe a la credibilidad del presidente, que estaba comprometido a intervenir militarmente. Pero aseguraba, en cambio, que se sentía orgulloso de esa decisión, tomada casi en solitario, y consideraba el 30 de agosto de 2013 como su “Día de la Liberación del Manual de Washington”.

Pero esto no podía seguir así. La historia continúa y ahora le toca el turno a Donald Trump.

La diferencia histórica es que el nuevo presidente no necesita redactar sesudos documentos estratégicos, buscar escenarios específicos, definir enemigos… A él le vale todo para alcanzar un objetivo que ha manifestado con meridiana claridad: conseguir “uno de los mayores rearmes de la historia de EEUU” Le basta con abrir posibilidades de conflicto en cualquier frente (Europa del Este, Oriente Próximo, Asia Pacífico, Corea del Norte,…), definir amenazas generales (terrorismo islámico, inmigración, crimen organizado…), amenazas locales (misiles lanzados por Corea del Norte, noticias falsas sobre atentados en Suecia, riesgo de visitas a ciudades europeas…) y transmitir la sensación de que el conflicto militar entre naciones vuelve a ser una posibilidad. Por lo tanto, los ejércitos tienen que volver a buscar formas de aumentar su capacidad ofensiva frente a tantos y tan diversos y potenciales enemigos.

En este “escenario”, a la industria del armamento, siempre implicada a tope en la política, solo le queda “aprovecharse de todas estas circunstancias favorables”, y ver cómo se distribuyen los más de 600.000 millones de dólares, y los prometidos incrementos de los presupuestos de Defensa (hasta el 2% del PIB) de los países europeos.

En fin, parece que “la historia no se repite pero rima”, como decía Mark Twain, pero habrá que rebelarse contra esa teoría de que el futuro viene determinado por los datos históricos. Habrá que desmentirlos configurando nuestras propias voluntades y conductas enfrentándonos a ese pensamiento racionalmente, sin dejar que la neurosis se mezcle con la política, porque si no se ven los problemas reales, no se adoptan soluciones reales.