Claves para transformar nuestro sistema de seguridad y defensa

Publicado en CTXT

El nuevo modelo militar que se vislumbra, no sólo en España, sino en todas las naciones de nuestro entorno, se basará en el conocimiento

Desde el principio de la Historia las sociedades se han enfrentado al problema de cómo articular un sistema de seguridad y defensa que sea a la vez eficiente y sostenible. Resulta evidente que la seguridad es una condición previa e indispensable para conseguir el progreso. Por eso, todas las sociedades humanas han intentado crear y garantizar un entorno seguro, en el que pudieran dedicar una parte importante de sus esfuerzos al diseño de un marco político y legal de convivencia, a mejorar sus perspectivas económicas o al desarrollo de la ciencia y la tecnología.

No obstante, la preocupación de los ciudadanos respecto a las posibles amenazas a su seguridad ha cambiado mucho en estas últimas décadas. Y también ha cambiado en gran medida su idea acerca de cómo debe gestionarse esa seguridad. El empleo de la fuerza armada, que hace sólo medio siglo se consideraba una herramienta natural, se ve hoy como un último recurso, sujeto además a estrictas restricciones en su empleo.

Se ha escrito mucho sobre la naturaleza de los nuevos riesgos y las características de los nuevos escenarios. El terrorismo internacional ha recibido mucha atención por parte de los especialistas en seguridad, atención que comparten, por ejemplo, la preocupante evolución de las redes criminales, o la progresiva aparición de territorios sin ley como consecuencia del colapso de algunos Estados. Pero el principal problema no es tanto la emergencia de cada uno de estos riesgos, como las facilidades que el fenómeno de la globalización proporciona para su interrelación. Y una de las características de estos nuevos escenarios es que resultan demasiado complejos para que una intervención meramente militar pueda resolverlos, y más aún, escapan de su esfera de actuación. Por ejemplo, las fuerzas armadas no son, ni de lejos, el instrumento más idóneo para suplir las carencias legales que facilitan la existencia y actividades de las redes internacionales de delincuencia, ni para neutralizar la proliferación de ideologías extremistas. Aún menos pueden hacer para invertir fenómenos como las crisis económicas o el cambio climático. E incluso riesgos como el terrorismo o la piratería pertenecen más al ámbito de la seguridad pública que al de la defensa.

El rechazo a la guerra como instrumento político, fruto de la fundación de las Naciones Unidas, hace hoy imposible limitarse a la aplicación de una solución meramente militar a una situación de conflicto. Por el contrario, la solución necesita contemplar una combinación de acciones diplomáticas, económicas, culturales y militares, normalmente en el marco de una actuación multinacional legitimada por Naciones Unidas. Y el objetivo final de tales acciones no consiste en simplemente paliar las consecuencias del conflicto, sino en desactivar sus causas, creando un entorno estable y seguro.

Las fuerzas armadas deben ser una parte más de ese encaje y deben aprender a interactuar con el resto de elementos: diplomáticos, gobiernos locales, fuerzas de seguridad, expertos en desarrollo, organizaciones internacionales, ONG y otros más.

Por tanto, un objetivo esencial de su proceso de transformación es adaptar las organización y los procedimientos a los nuevos tiempos. El mundo cambia tan deprisa que, si no se mantiene un claro espíritu de transformación continua, todas las organizaciones corren el riesgo de quedarse obsoletas.

Hoy en día, las Fuerzas Armadas de nuestro entorno, en general, están obligadas a superar algunos anacronismos como el de intentar la integración de complejos sistemas de mando y control digitales en cuarteles generales enormes y burocratizados, con estructuras y procedimientos creados hace más de cincuenta años; o el utilizar las facilidades tecnológicas en la gestión y difusión de la información para generar tráficos inmensos de documentación, que puede llegar a ser, en gran medida, irrelevante; así como el emplear las posibilidades de los nuevos sistemas de inteligencia como si todavía tuvieran enfrente las divisiones acorazadas del Pacto de Varsovia.

Porque es evidente que transformación no significa encajar cada novedad que nos proporcione la tecnología en el sistema previamente existente. Con eso sólo conseguiremos un híbrido, con tendencia a convertirse en monstruoso en tamaño y progresivamente ineficiente en prestaciones.

La transformación consiste en crear un sistema diferente, en el que las novedades tecnológicas y las nuevas tendencias sociales y culturales encajen de forma natural, pudiendo obtenerse de ellas el máximo rendimiento, a la vez que se compensan sus posibles debilidades. Para alcanzar este objetivo es necesario llegar a una profunda comprensión previa de las implicaciones que los múltiples elementos de este mundo nuevo en el que vivimos tienen sobre la seguridad y la defensa.

Si reconocemos que la mayoría de los escenarios de crisis actuales no materializan una amenaza militar, sino más bien situaciones de desgobierno, conflicto civil o catástrofe humana, resulta evidente que a la hora de intervenir en la mayoría de esos escenarios, la mera actuación del instrumento militar no es suficiente. Sólo el empleo coordinado de capacidades civiles y militares puede garantizar un enfoque correcto para la resolución de situaciones y conflictos motivados en su mayor parte por causas económicas, culturales y de gobernanza.

Concretamente, en un mundo dominado por la información, los sistemas de seguridad no pueden limitarse a acumular datos, sino a comprender lo que esos nuevos datos significan. En definitiva, que sean capaces de comprender qué ocurre, por qué ocurre y cómo puede modificarse en esos nuevos escenarios de conflicto y riesgo. Sólo la capacidad de comprensión puede remediar los ataques de desconcierto que con frecuencia se producen.

Comprensión y adaptación son, en definitiva, las dos palabras clave en el proceso de transformación de las Fuerzas Armadas y, extrapolando, de todo servicio público.

Ahora bien, resulta mucho más fácil el enunciado de una propuesta que su puesta en práctica. La capacidad de comprensión exige una formación exhaustiva y multidisciplinar que permita trascender los datos y llegar hasta los procesos y tendencias que se esconden detrás y que, en última instancia, permita comprender tanto la naturaleza humana como la dinámica que rige la evolución de las sociedades, que es donde residen todas las claves de la conflictividad.

Y ésta es una de las claves de todo proceso de transformación: la preparación de la gente, su educación, en el sentido más amplio de la palabra. El nuevo modelo militar que se vislumbra, no sólo en España, sino en todas las naciones de nuestro entorno, se basará en el conocimiento.

La comprensión de lo que son unas fuerzas armadas, y de lo que puede y no puede esperarse de ellas, deberá ser la guía también de su propia reforma. Esa transformación que todos intuimos necesaria, pero de la que resulta difícil definir con precisión su resultado final. Para unas fuerzas armadas como las nuestras, que han sufrido en los últimos años una sucesión de reformas, puede resultar duro el anuncio de transformaciones nuevas y aún de mayor entidad. Pero son necesarias porque, de hecho, basta un somero vistazo a la Historia para comprender que los períodos de estabilidad se traducen rápidamente en inmovilismo, reforzado con frecuencia por la autocomplacencia.

Así que no queda más remedio que esforzarse en la transformación sin solución de continuidad, en el cambio permanente.

Y el problema no está en el artefacto digital que abre, es obvio, un horizonte inédito y espléndido. El problema es cultural. Estriba en tener una cultura de uso sin embobamiento. Y eso no depende de la tecnología. Depende de nosotros.

Una transformación que debe basarse en la flexibilidad, en la flexibilidad de actuación, pero también en la flexibilidad mental, una cualidad muy difícil de alcanzar, y que exige siempre un gran esfuerzo de preparación y educación. Quien posee conocimientos limitados tiende a refugiarse en esquemas mentales y procedimientos rígidos, que intenta aplicar a cualquier situación. Sólo aquel que dispone de conocimientos amplios y asentados puede llegar a ejercer la flexibilidad intelectual necesaria para adaptarse a los escenarios cambiantes y para involucrarse en el proceso de transformación necesario.

Y en eso tenemos que aplicarnos todos.