Una reportera de guerra en Ucrania

Publicado en republica.com

Marina Ajmedova, reportera de guerra, habla de su última visita a Ucrania:

“Estaba ante el monumento de Savur-Mogila, erigido en conmemoración del combate que [en agosto de 1943] libraron las fuerzas soviéticas para rechazar a los invasores alemanes [en la zona de Donetsk próxima a Rusia], donde murieron muchos miles de soldados. Posee un valor sagrado para los ucranianos orientales: llevaban a los estudiantes a visitarlo y allí les contaban las proezas de sus abuelos.

“Cuando empezó la guerra en Ucrania, fue ocupado por los insurgentes, integrados en gran parte por voluntarios rusos, y fue bombardeado varias veces por el ejército ucraniano, lo que hizo saltar a la superficie cadáveres de soldados alemanes y soviéticos. Parecía una metáfora: durante la 2ª Guerra Mundial, rusos y ucranianos lucharon juntos contra el invasor alemán y hoy sus nietos se matan entre sí. Yo estaba en lo alto del monumento con unos insurgentes y abajo se oían disparos. Había un carro de combate que todavía ardía, del que sobresalía el pie de un soldado ucraniano por una escotilla.

“Era un pie calzado con una bota. Uno de los sublevados empuñó su arma y dijo que iban a fusilar el pie. Tuve tanto miedo que le dije que si disparaban contra el pie, sería un crimen contra la humanidad, y le insistí en que no lo hiciera. Él me dijo: ‘No deberías haber venido’. Repetí mi protesta y su jefe, que me había oído, se acercó y yo exclamé algo de lo que me acordaré toda la vida: ‘¡Deja tranquilo ese pie! no sabes si es de un militar que ha hecho la guerra a la fuerza o de un mercenario”.

Nacida en Siberia de una familia daguestaní, Marina Ajmedova concluyó sus estudios y tras trabajar como traductora en Moscú saltó al campo de la novela y después al periodismo. En éste volcó todo su entusiasmo: “Escribo por el texto, no para ganar dinero; lo que me es necesario es escribir, tan necesario como esos que por la mañana se sienten obligados a hacer deporte, tan necesario como para mí como respirar”.

La guerra no la ha cambiado profesionalmente: “He visto los niveles de violencia que la gente puede alcanzar y he comprendido que ni con toda la voluntad del mundo voy a cambiar nada”. El contacto con la guerra civil en el Donbas la hizo pensar -gracias a un “sexto sentido”, afirma- que las personas, en el fondo, solo se rigen por sus instintos y por la energía contagiosa de la masa, una energía negativa, donde rodeada de escenas de horror “todo pasa muy deprisa, apenas tienes tiempo de decir una palabra y ya te han matado”.

“He pasado quince días en Donetsk, con los proyectiles silbando sobre nuestras cabezas. De noche me encerraba en el cuarto de baño, la única habitación sin ventanas. Cada día aumentaban las víctimas, pero yo leía en Facebook lo que escribían algunos sobre la lucha sin salir de Moscú y sin saber cómo era la verdadera guerra”.

Visitando los depósitos de cadáveres que se engrosaban día a día asumió la idea de que “toda persona viva es un milagro, milagro que no debería ser agredido con palabras, hechos ni bombardeos”. Los soldados, esos hombres fuertes y bien armados, se convierten al morir en unos cadáveres frágiles, aniñados.

Para Ajmedova, la guerra en Ucrania es una guerra contra natura, lo que la hace aún más repugnante. Una vez estaba informando sobre los espías de la República Popular de Donetsk, sentada en un café con un rebelde que se decía “soldado de Cristo y fanático de San Serafín”. Para mostrarle su virilidad, mientras los proyectiles hacían explosión a su alrededor y ella sentía crecer el pánico, él la propuso: “¿Salimos corriendo o nos tomamos una ensalada?”.

Las ventanas se agitaban golpeadas por las ondas de choque, el edificio temblaba y ella pensaba que todo eso era absurdo y no servía para nada, pero recordando a tantas mujeres que antes que ella habían sido despreciadas contestó: “Decide tú”. Entonces él exclamó: “¡Un bistec bien sangrante…!” Solo cuando uno de los insurgentes entró en el edificio ordenando su evacuación, terminó la broma. El “soldado de Cristo” murió pocos días después.

En otras zonas de Donetsk vio hombres atados a postes, con unos carteles que los identificaban como “Traidor”. Para ella, el castigo era medieval e inútil, no serviría para hacer mejores ciudadanos; hay que castigar a los asesinos pero no de ese modo: “Ese tipo de escarmiento no tiene finalidad educativa sino que, al contrario, las personas se hacen más malvadas cuando asumen la violencia contenida en esos carteles”.

Sobre el aspecto religioso del conflicto, dice: “Soy ortodoxa, pero no soy creyente ni religiosa. Creo que Dios es mejor que como lo presenta la Iglesia y no me gusta su propensión a anular la voluntad de las personas. Todos tenemos la libertad de elegir y el mismo Dios nada tiene que hacer ante la elección de las personas”.

Marina Ajmedova, doblemente valerosa: por ser mujer y penetrar con éxito y audacia en un terreno de hegemonía masculina y por añadir el valioso toque femenino al mundo de la información directa sobre la guerra.