Una mujer desvela la guerra

La infatigable e intrépida periodista y escritora estadounidense Ann Jones tenía 73 años y una larga experiencia viviendo en Afganistán, para investigar las víctimas civiles de la guerra, cuando en 2010 logró ser “empotrada” en una de las bases avanzadas del ejército de EE.UU., para experimentar por sí misma la vida de los soldados en campaña. Un año después dedicó un esfuerzo no menor a la complicada tarea de seguir, paso a paso, el recorrido de los soldados heridos en combate, desde que los servicios sanitarios los evacuan del teatro de operaciones hasta que regresan a sus domicilios.

El resultado de sus investigaciones se ha convertido en un libro de indispensable lectura para todos los interesados en conocer los efectos de una guerra real y actual, y reflexionar sobre su repercusión en la sociedad, eludiendo las retóricas al uso y los falsos disfraces con los que desde los poderes establecidos se suele ocultar la trágica realidad de las guerras.

Recién publicado por Haymarket Books y titulado They Were Soldiers: How the Wounded Return From America’s Wars — The Untold Story (“Fueron soldados: cómo regresan los heridos de las guerras americanas – La historia no contada”), este libro ha provocado una cascada de críticas favorables en EE.UU. en los pocos días transcurridos desde su aparición. Esto, a pesar de que en la introducción la autora avanza un resumen de lo que podría constituir una de las más demoledoras conclusiones, tanto para sus compatriotas como para quienes en el resto del mundo siguen creyendo en la guerra como instrumento racional al servicio de la política:

“En contra de la opinión común en EE.UU., la guerra no es inevitable; ni ha estado siempre con nosotros. La guerra es un invento humano -una acción antisocial, organizada y deliberada- y bastante reciente en la larga historia de la humanidad sobre la Tierra.

“Aún más: la guerra es algo obsoleto. La mayoría de los países no hacen ya guerras salvo cuando son coaccionados por EE.UU. para formar alguna ‘coalición’ espuria. Es tan pequeña la Tierra y tan corta nuestra estancia en ella. Ningún otro país del planeta guerrea tan a menudo, tanto tiempo, tan violentamente, de modo tan costoso, destructivo y despilfarrador, tan sin sentido y con tan poco éxito como los Estados Unidos. Ninguna otra nación hace de la guerra su negocio”.

Hay que tomar ambos párrafos en su conjunto para valorarlos debidamente, asumiendo además que la experiencia personal de la autora en una guerra tan peculiar del siglo XXI es algo de lo que pocos pueden alardear. De hecho, hemos de admitir que en varios países del mundo siguen hoy guerreando facciones enfrentadas en guerras civiles que, aunque no tengan el alcance de las guerras de EE.UU., desangran pueblos y desarticulan sociedades; y que una aventura como la de las Malvinas podría repetirse en cualquier momento en otro lugar. Obsoleta la guerra, sí; pero no desaparecida.

No obstante, es especialmente atinada la observación de que en EE.UU. la guerra se convierte “en negocio”, porque la estructura del Estado y de la sociedad se ha ido desarrollando en ese país dentro de una inconfundible tendencia a recurrir a la guerra como panacea de uso general.

El autor de Achilles in Vietnam (obra no traducida aún al castellano, sobre el trauma psíquico de las guerras), el psiquiatra Jonathan Shay, ha valorado así el libro de Jones: “Sus descripciones nos llevan allí, con compasión y sin vacilaciones, sin bobadas sentimentales ni condescendiente piedad. Volamos con ella en un C-17 de evacuación sanitaria desde la base afgana de Bagram hasta el centro europeo de hospitalización en Alemania; visitamos los quirófanos del hospital Walter Reed en Washington, las salas de recuperación y terapia. Visitamos con ella a las familias que reciben a su hijo herido y dañado psicológica y moralmente. Escuchamos los testimonios de los familiares de quienes murieron a causa de sus traumas mentales y espirituales, convertidos en un solo trauma físico. Les aconsejo que lean este libro. Serán ciudadanos mejores y más sabios”.

Pero para ello tendrán que soportar la crudeza de la guerra y algunas despiadadas descripciones de lo que allí ocurre: “La carne quemada de un marine huele como la carne asada que nos dan en el rancho – dice un soldado -. El olor a muerto que te queda en la manga del uniforme te hace rechazar el bocado que con el tenedor acercabas a tu boca”. Al entrevistar a un soldado herido Jones le pregunta si ama la guerra y si desea volver a Afganistán: “Me gusta, quiero volver”, contesta entre soeces tacos. “¿De verdad piensas así?”, insiste ella. La respuesta es contundente: “¡No, maldita sea, solo intentaba educarte!”. Otro soldado volvió a casa traumatizado por haber matado a dos prisioneros: se creía un asesino. Dejó sobre la mesa las placas de identificación de los muertos, que guardaba como recuerdo, se enrolló una manguera al cuello y se ahorcó. Según la Veterans Association, 22 veteranos se suicidan al día en EE.UU.

Las guerras podrán ser un negocio para algunos, y de hecho lo son. Ann Jones tiene la valentía de denunciarlo, aunque haya intereses empeñados en que su voz no resuene mucho.

Publicado en CEIPAZ el 11 de noviembre de 2013